Milo y Malena
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Pausa

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Cuentos contra reloj

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Hace algunas semanas Harry Salvarrey me invitó a leer cuentos a Desarmadero, su bar en Palermo. Fue justo antes de mi viaje a Italia y era una noche fría. Muchas personas habían intentado conseguir un lugar, y los que pudieron entrar se acomodaban como podían, a veces compartiendo mesa con desconocidos.

Leí cinco o seis cuentos y después, como no hay camarín donde descansar antes de la firma de libros, me fui a dar una vuelta de manzana. Harry me vio salir y me acompañó, con una cerveza en la mano. Caminamos la manzana entera: Gorriti, Gascón, Honduras, Lavalleja. Me sentí un poco adolescente caminando con alguien que tomaba cerveza por la calle.

Cuando dimos la vuelta completa, ya había una fila de gente en mi mesa, esperando para la firma. Harry me dejó solo y yo me senté a charlar con los asistentes. Nos sacamos fotos, firmé libros y después me tomé un Uber para volver a casa.

A la mañana siguiente volamos a Europa y ya no leí los mails durante una o dos semanas. Entre esos mails que no leí, ayer encontré uno. Lo firma alguien que se llama Milo y dice así:

Hola Hernán. Hará una hora y media que terminaste de leer en un bar de Palermo. Estuvo muy lindo. Capaz que te acordás de mí. Hace un rato, cuando te pedí que me firmaras los libros, te conté que la última vez que hablé con mi viejo fue en 2002; me llamó desde Bahía Blanca muy temprano (él era camionero) y me dijo: «Tranqui Milo, que a estos les ganamos». Esa noche Palermo metió dos goles y Riquelme la rompió contra el Real.

Hace un rato yo iba por la segunda birra cuando contaste la historia de tu papá, vos y el fútbol, y se me caían las lágrimas. Yo estaba sentado en una banqueta contra la ventana, al lado de la puerta. Llegué ocho menos cinco, me senté ahí y pedí una birra. En ese momento apareció una piba y empezó a buscar mesa. No había muchas libres y no se decidía. Justo cuando vos llegaste, ella se apuró y se sentó al lado mío. Obviamente, era hermosa.

Primero contaste el cuento de Basdala, o como mierda se escriba, y se dio el primer diálogo con ella. Me habló bien de vos y yo, por supuesto, dije que sí.

Durante tu lectura ella tomó dos gin tonic con pepino y se comió una empanada. Estaba vestida toda de negro. Yo también estaba todo de negro, aunque los chupines me quedan para el orto.

El segundo cuento que leíste es el que te decía antes, el de tu viejo y el fútbol, y ahí me re contra largué a llorar, aunque no quería llorar adelante de la piba. Hice fuerza, pero no podía. ¿Sabes por qué? Porque lo extraño un montón, y porque ayer fue el día del padre, que es un día del orto. No tendría que haber llorado tan rápido, adelante de la piba, pero yo tenía dieciséis años cuando se murió mi viejo. Accidente de tránsito.

Cuando hablaste sobre el día que tu vieja y la mamá de Chiri se llamaron para decirse que no podían mandarlos a estudiar a Buenos Aires, pasó una cosa buenísima: en uno de los chistes del cuento ella se rió fuerte, y yo también, al mismo tiempo.

Vos estabas contando tu historia de pibe del interior en Buenos Aires y yo me re cagaba de risa porque me sentí identificado. Soy de Rauch, y me pasó todo eso que contás. Yo tampoco entiendo cómo, aunque odio un poco a los porteños, me gusta tanto vivir acá.

A medida que pasaban los cuentos a la piba y a mí nos empezó a pasar lo mismo, como si estuviésemos sincronizados: cuando ella se reía fuerte yo también; o movíamos la cabeza al mismo tiempo con una boludez tuya; o no queríamos que el otro nos viera llorar cuando nos poníamos tristes. De todas esas cosas lo que más me gustaba era cuando nos reíamos a la vez y el resto de la gente no. Además, la sonrisa de la piba es espectacular.

Entre tu cuento tres y tu cuento cuatro me dijo que se llamaba Malena. Yo no le dije cómo me llamaba para hacerme el misterioso. Siempre fui bastante pelotudo. Pero a medida que vos hablabas noté una complicidad con ella, como que teníamos una cosa en común que no eras vos; era entender lo que vos decías de la misma manera.

Terminaste de leer, te levantaste y te fuiste a dar una vuelta de manzana. Yo aplaudí mucho y ella también.

Nos quedamos hablando en la mesa, de vos y de tus cuentos. Me pedí otra birra y ella el segundo gin tonic con pepino.

En un momento fui al baño y, cuando volví, vos entrabas al bar de nuevo, a firmar. Ella me dijo que estaba manija, que quería todos los libros. Y ahí me preguntó el nombre. Milo. ¿Viniste solo? Sí, ¿vos? Sí.

¡Chau! La flashé. Estaba pasando. No sé cómo, pero estaba pasando… Le dije que en el primer cuento yo lloraba porque mi papá se había muerto cuando yo era chico. Y ella casi llora cuando se lo conté. Después le dije que yo era del interior y que me sentía identificado con el tercer cuento, que por eso me reía tanto, y ella me contestó que se había dado cuenta. Listo, me dije: es lunes, es feriado, y la noche recién empieza. Aguante Güemes. ¡No lo podía creer, gordo!

Fuimos a comprar tus libros juntos, como si ya fuéramos una pareja. Yo compré dos libros y ella compró otros dos. Después hicimos la fila para saludarte.

Cuando llegamos, te conté la historia de mi última conversación con mi papá. Firmaste mis dos libros y ella nos sacó una foto (a vos y a mí) con mi teléfono. Después le firmaste los libros a ella. Uno era para Alberto, su papá (El mejor infarto de mi vida). Y el otro para Miriam, su mamá (Más respeto que soy tu madre). Y yo pensaba: le compra libros a los padres, Malena me encanta. Malena me encanta.

En ese momento, de puro enamorado, te hice el chiste más boludo del mundo. La señalé y te dije que ella tenía la misma risa de Paola, tu compañera de segundo grado en Mercedes. Otro tipo que estaba ahí en la fila, de camisa y corbata, nos sacó fotos a los tres: Malena, vos y yo. ¡Hermoso! Esa foto la pedí yo y la hicieron con su teléfono.

Listo, era la excusa ideal. Yo pensé: mañana le mando alguna boludez sobre lo que hablaste y el resto está escrito. Con esta piba me caso. Entonces le pedí que me pasara las fotos a mi WhatsApp. En realidad, gordo, tener una foto con vos me chupaba un huevo. Pero de esa manera yo ya tenía su teléfono.

Estaba todo bien. Ella ya sabía que yo era del interior. Ella es de Palermo. Su papá Alberto, su mamá Miriam. Mi viejo muerto. Ya estaba todo dicho. Le iba a mandar mis cuentos. Habíamos hablado de lo lindo que es que alguien te cuente historias. Me dijo que ella había escuchado todos tus cuentos desde siempre, que te escuchaba en la radio desde hacía un montón.

Yo por supuesto te conozco de antes, lo tuyo en la radio es nuevo, pero no le dije nada. Quería que ella fuera lo más importante de ese rato. Vos me chupabas un huevo. Me explicó que estábamos en el bar de Harry, el que trabaja en Perros, que por eso vos habías venido a leer a un bar tan chiquito. Yo nunca escuché la radio, yo soy lector tuyo de verdad, desde que vivías en España y escribías en los blogs.

Entonces le pedí la foto de su celular. Vos, ella y yo. Y ella me preguntó el número de mi WhatsApp. Mientras yo tomaba impulso para decirle «dame tu celu y te hago una perdida», este tal Harry pasó por al lado y le preguntó a Malena si quería otro gin tonic, y ella hizo su mejor sonrisa y le dijo que sí.

El boludo le preguntó «¿Con pepino?». Y sí master, es el tercer gin tonic con pepino que pide la piba, tampoco sos un genio. Era obvio que era con pepino.

Y se pusieron a charlar, este Harry y la piba, y de repente me empecé a hacer chiquito y ya no estaba más en la conversación, ni en la órbita de Malena, porque ella lo miraba al pepino este, lo miraba porque está en la radio con Andy y porque te conoce a vos y porque tiene un bar en Palermo, y porque yo ni siquiera me llamo Milo. Yo soy Emilio, de Rauch, y vivo en Constitución y ayer era el día del padre y no dije feliz día.

Así que los dejé ahí, hablando a los dos, cagándose de risa, y me vine a casa. Te mando un abrazo, Gordo, si podés conseguime el mail o algún dato de esta piba. Acordate que te sigo desde que eras un escritor de verdad, desde la época en que no leías en voz alta ni venían chicas lindas a verte leer. Dale, conseguime el mail. Te quiero. Milo.

A este correo lo encontré ayer en mi bandeja de entrada. Y por supuesto busqué, entre los asistentes al bar que habían sacado entrada en mi página, el mail de esta chica para pasárselo a Milo. Porque me encanta ser celestina de mis lectores. Puse «Malena» en el buscador… y nada. Igual que en el tango: no había ninguna.

Hernán Casciari