Cuando entré en la pizzería había tanto humo que me pensé que se habían dejado prendido el horno, pero no. ¡Todo el mundo fumando porro estaban! Se ve que cuando no están los gatos padres, los ratones hijos y la rata paraguaya bailan. Lo primero que me salió fue del alma:
—¡Vos también Nacho, hijo mío!
La Sofi y el Caio no podían parar de reírse, y el Nacho y la Negra Cabeza estaban hablando por teléfono con los zapatos. Ni me hacían caso cuando les hablaba.
—¿Pueden parar un poco, endrogados? —les digo. El Caio me contesta:
—Somos todos detectives, y estamos esperando al Superagente 86.
Y otra vez todos cagándose de la risa y chupando el porro.
—¿Pero no se dan cuenta que puede aparecer el abuelo en cualquier momento? —les digo, espantada.
Y la Sofi me contesta:
—El abuelo es el Superagente, má, y está metido adentro del ropero.
En ese momento mi suegro saca un poquito la cabeza del ropero, con los ojos todos colorados, y dice:
—Non é un ropero, Noventanove, é il conno del chilenchio!