Los concebidos bajo el signo de México 70 somos personas calladas, con un gran mundo interior, y nos llevamos muy bien con los Suecia 66 y con los Alemania 74. No debemos hacer negocios con un Argentina 78 ni viajar en un avión pilotado por un Chile 62.
Las mujeres, en cambio, se rigen bajo los poderes astrológicos de los Juegos Olímpicos, que son unas competencias más afeminada (por contar con deportes como el nado sincronizado, la gimnasia rítmica y el voley playa). Según mis estudios, los varones que somos México 70 nos enamoramos muy fácilmente de las chicas Montreal 76 (mujeres nacidas a mediados de 1977), que son unas chicas generalmente equilibradas, modositas, bastante altas y con una clara tendencia al comunismo, dado que Alemania de Este ganó cuarenta medallas de oro en esa competición.
Las mujeres Munich 72 pueden llega a ser muy buenas madres, pero tienen en contra una personalidad un tanto explosiva. Las Seúl 88 son pizpiretas, alocadas y sexualmente sumisas. Mientras que las Helsinki 52 suelen ser sobreprotectoras y algo frías, además un poco viejas para mi gusto.
La astrología tradicional intenta hacernos creer que nuestro comportamiento en la vida, nuestros gustos, obsesiones y traumas, tienen una relación directa con la posición de los astros en el momento de nuestra llegada al mundo. A mí me parece muy agarrado de los pelos este sistema: demasiado facilón y desactualizado. Prefiero mil veces entender nuestro temperamento desde un dato básico: qué programa de televisión estaban mirando papá y mamá mientras nos concebían.
Me resulta mucho más probable que un ser humano sea «introvertido, sereno y soñador» por culpa de que su padre estaba escuchando en un gol de Platini durante el coito, y no a raíz de que el planeta Júpiter haya pasado justo en ese momento por la órbita de Mercurio, tapando a la luna. ¿Qué tienen que ver los planetas con nuestra vida? ¿De repente somos todos astronautas?
Mi teoría es sencilla. Desde siempre, los matrimonios engendran a sus hijos en sus habitaciones. Pero desde la segunda mitad del siglo veinte, en las habitaciones matrimoniales hay un televisor. Este dato —sistemáticamente obviado por los astrólogos occidentales y los gurúes del horóscopo chino— me parece fundamental y revolucionario para los tiempos que corren.
¿Qué tienen que ver los perros, las serpientes y los monos con nuestra vida? Según la torpe visión de los chinos, yo vendría a ser un Chancho de Madera. ¿Qué me quieren decir con eso? ¿Es un chiste? ¿Es una ironía oriental? «Chancho de madera» es un insulto de tribuna, es lo que los hinchas del Real Madrid le dicen a Ronaldo cuando erra un gol:
—¡Chancho, sos de madera, dejá los postres!
¿Qué tiene que ver eso con el temperamento de las personas? Nada. Los chinos están todos desquiciados y lo peor es que nosotros (la gente normal) les hacemos caso. Pero si nos paramos a pensar, en occidente somos todavía peor: los astrólogos nos dicen cosas como cáncer, escorpio, leo, virgo… Parecen insultos de gente vieja que no se anima a decir cosas más graves.
La vida ha cambiado mucho, pero los brujos y chamanes parecen no haberse dado cuenta de nada, porque sus supersticiones siguen siendo antiquísimas. Posiblemente en aquellas épocas estaba todo el mundo mirando el cielo, las estrellas, los cometas. Y es lógico, porque no había otra cosa para mirar. Los occidentales miraban los planetas, y los orientales miraban a sus animalitos. Hoy, en cambio, miramos el Mundial, las Olimpíadas, el Festival de la OTI y otros eventos internacionales de gran calibre.
La mayoría de las veces, las parejas modernas conciben a sus hijos con la televisión encendida. Por eso, las mujeres nacidas en noviembre de cualquier año casi siempre son muy agradecidas y visten con corrección. El motivo es claro: la madre fue inseminada a finales de febrero, que es cuando en la tele pasan la ceremonia de los Oscars. Por tanto la desconcentración sexual materna, a raíz del premio a mejor actriz secundaria, es detonante del temperamento futuro de la hija.
Mi esposa, sin ir más lejos, nació a finales de 1974. Esto quiere decir que es Oscar 73 con ascendente en Glenda Jackson. Según su carta astral, debería haberse casado con un Goya 69 con ascendente en Carlos Saura (se hubieran llevado muy bien), pero se casó conmigo, que soy México 70 —¡para peor con ascendente en Pelé!—, y por esa causa a veces tenemos algunas diferencias irremediables, sobre todo a la hora de decidir quién se queda con el control remoto a la noche.
Mi hija, nacida a mediados de abril de 2004, fue concebida a principios de julio del año anterior. La pobre Nina carga con el estigma horrible de ser Copa Toyota 2003, con ascendente en Carlitos Tévez, porque mientras su padre la concebía (es decir yo) no podía dejar de pensar en que el Milan podría haber ganado esa final del mundo. Por eso la chica ahora es tan díscola y con una leve tendencia a hablar en japonés y despertarse por la madrugada pidiendo la hora.
Es necesario que dejemos de ser piscis y sagitarios, conejos y monos, libras y colibríes, renacuajos y cánceres. Es hora de que dejemos de sentirnos orgullosos de eso, de hablar del tema en las sobremesas, de preguntarle el signo a las mujeres tetonas para empezar una charla en la discoteque… La temática de los horóscopos parece una broma de mal gusto urdida por nuestros antepasados con el fin de saber hasta cuándo sus descendientes podían ser tan pelotudos. Y la pelotudez nos está durando un par de miles de años.
Ya es hora, queridos contemporáneos, de que las supersticiones se rijan por una astrología moderna y utilitaria, tan absurda como aquélla, pero por lo menos con un mínimo de sentido común.