Ojalá seamos el pianista
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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La noticia más espantosa de esta semana fue sin dudas el incendio del avión ruso. Y fue espantosa porque uno de los pasajeros, Dmitry Khlebushkin, que ocupaba un asiento de la fila diez, entorpeció la salida para poder salvar su equipaje de mano. Es casi una fábula infantil para enseñarles a los chicos lo que es el egoísmo. ¡Pero no fue una fábula, fue de verdad!

Los más de cuarenta fallecidos (todos murieron calcinados) estaban atrás de la fila diez. Y todos los sobrevivientes estaban sentados adelante. Sin dudas, Dmitry y su equipaje fueron, por lo menos durante algunos segundos, un tapón insensible que asfixió a mucha gente. Después, Dmitry salió del avión sano y salvo, con su equipaje en la mano, y fue vapuleado a la salida del aeropuerto por los familiares de las víctimas. Obviamente. Más tarde, cuando la prensa contó esta historia de mezquindad, en las redes sociales lo destrozaron a Dmitry.

Es casi natural insultar a alguien tan egoísta. Todos creemos que seríamos mejores que él en una situación límite. Y la verdad es que no tenemos la menor idea. No sabemos cómo va a funcionar nuestra cabeza en medio de una desgracia. Cuando el fuego nos queme la espalda. O cuando en el bote salvavidas queden tres lugares, y nosotros y nuestra familia seamos cinco.

Hay una historia que siempre me pone la piel de gallina. Es la historia de una familia perfecta que va a esquiar durante las vacaciones de invierno. Una mamá, un papá y dos nenitos, siete y nueve años, lindísimos. Están esquiando lo más bien, los cuatro, y de repente el suelo empieza a temblar como si abajo estuviera pasando el subte. Los chicos no entienden qué pasa. El padre levanta la vista y ve un alud de nieve tremendo que viene hacia ellos. La mamá se da cuenta de que no hay tiempo de nada, de que van a morir los cuatro. Y ella entonces abraza a sus dos hijos para generar un vacío de aire, y mientras ella hace eso, y los guarda a los chicos, los resguarda, de repente la tierra deja de temblar. El alud se detiene a veinte metros de ellos. Y se salvan. La madre levanta la vista y ve a su esposo, al papá de los chicos, corriendo solo, a cien metros, casi llegando al hotel, salvándose solo. Ella lo mira. Él se da vuelta y la mira… Y las vacaciones recién empiezan.

Siempre pienso en ese papá cada vez que aparece un caso de egoísmo extremo como el de Dmitry salvando su equipaje en medio de un avión en llamas. Ese papá, un minuto antes del alud, no sabía que era una persona horrible. No lo sabía. Y nosotros tampoco. Creo que no sabemos en qué nos podemos convertir en mitad de la tragedia. Ojalá nunca tengamos la desgracia de ser pasajeros del Titanic. Pero si un día nos llega a pasar, ojalá seamos el pianista que toca música hasta el final.

Hernán Casciari