Pelea por el apellido
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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A mí me hubiera gustado llamarme Fernández o Pérez. Pero me tocó un apellido menos común.

En la guía de teléfonos de mi pueblo solamente había dos Casciari: mi papá y mi abuelo. Y cuando iba a visitar a mis otros abuelos, a los de Buenos Aires, me encantaba buscar mi apellido en la guía de la capital, que eran tres tomos, porque tenía millones de abonados. Y empezaba a buscar y no había ni un Casciari. Tantas personas y ningún pariente. Eso me hacía sentir, a los ocho años, como un astronauta que mira la Tierra desde su escotilla, pero no puede compartir el paisaje con nadie. Una especie de vanidad solitaria.

Para peor, un día mi abuelo Casciari se murió y quedó un solo Casciari en la guía de mi pueblo. Yo tenía trece años y estaba seguro de que nunca iba a coger. Y entonces pensé: por culpa mía se van a acabar los Casciari. Estaba desesperado.

Entonces, sin que nadie lo previera, un día llegó Internet y se destapó el frasco de todos los Casciari del mundo. Estaban, sobre todo, en Italia y en Estados Unidos. Había parientes de varias edades, de profesiones distintas, de colores de pelo raros. Me gustó, por ejemplo, la forma de dibujar de James Casciari, que hacía viñetas políticas en un diario de Washington; y me pareció muy linda la prima Carla, que se presentaba a las elecciones de Perugia; y me sentí orgulloso de Joseph Casciari, que estudiaba la cura del cáncer en Nueva York.

Pero más que nadie me llamó la atención Mauro Casciari, un tano de mi edad: era el único que, en aquel Internet prehistórico, subía audios y videos con su propia voz.

Me sorprendió la voz de Mauro Casciari, que se parecía a la mía de ese momento, y sobre todo su nariz, idéntica a la nariz de mi papá.

Una vez, espiando un video suyo, él miró a cámara y yo puse pausa. Y quedó congelado, con los ojos medio estrábicos, y era igual a la mirada de mi abuelo Salvador cuando volvía borracho.

Yo creo que habríamos sido amigos, Mauro y yo, si él no hubiera empezado esa guerra territorial, estúpida, absurda, por el correo electrónico. En algún momento del año 1999, Mauro Casciari sacó una cuenta de Hotmail sin la letra eme antes del apellido. Dio de alta el correo genérico [email protected]. ¡Eso hizo! Cagándose en Carla Casciari, en James Casciari, en Joseph, en mí mismo. Mauro se subió a la vida virtual a los empujones.

Mascando bronca, me acuerdo, tuve que poner la hache en mi primer correo electrónico: [email protected]. Me daba vergüenza ese correo electrónico, nunca me gustó mi primera dirección de mail; era como si fuera un perez241@ yahoo, un juangarcia389, me daba asco.

Y él, en cambio, se pavoneaba por ahí con su casciari@ a secas. El treinta y uno de diciembre de 2000, mientras yo miraba los fuegos artificiales del cambio de siglo, me prometí estar más atento.

Y creo que cumplí. Porque cuando escuché por primera vez que Google había sacado un correo electrónico nuevo (para competir con Hotmail), yo estaba, me acuerdo, en la Clínica del Pilar, en Barcelona, porque estaba a punto de nacer mi primera hija. Escuché la noticia por la radio, en la sala de espera. Era el quince de abril del 2004. Ese día, al mismo tiempo, nacieron mi hija Nina y Gmail a la vez.

Mientras mi exesposa pedía mi presencia, porque ya estaba con dilatación ocho y a los gritos, yo me acuerdo de que estaba en la sala de espera dándome de alta en el flamante correo de Google, con miedo a que Mauro, el tano, me hubiera ganado de mano. Pero no. Esta vez yo fui más rápido que él. Conseguí vengarme, y la cuenta [email protected] es mía. Si me mandan un mail ahora, me suena en el teléfono.

¡Qué hermosa fue la venganza! Seguramente odió tanto Mauro Casciari que yo tuviera el Gmail genérico.

Cuando volví a la sala de partos, mi hija ya había nacido. Esa fue la cagada. Me la pusieron en los brazos; me acuerdo de que mi exmujer pensó que mis lágrimas de felicidad eran por la nena. Yo un poco careteé. Igual, después sentí los latidos del corazón de mi hija en el pecho y, ahí sí, ya conecté rápidamente con la paternidad.

Me acuerdo que besé a la nena, llorando, la sentí cerca por primera vez y le susurré al oído, muy despacio.

Le dije:

—Cuando tengas Gmail, Nina, vas a tener que usar la ene antes del apellido, porque el genérico es de papá.

Hernán Casciari