Dentro viajaban una treintena de pescadores españoles que (mientras escribo esto) siguen a merced de los piratas, sin agua ni comida. Mientras los delincuentes pedían dinero (mucho) a cambio del rescate, el Gobierno español lograba capturar a dos de los piratas y los ponía a disposición de la justicia. Entonces los bucaneros redoblaron la apuesta: además de dinero, pidieron también la liberación de los detenidos; de lo contrario, comenzarían a ejecutar a los pescadores secuestrados en grupos de a tres. En este punto la historia se convirtió en mediática. Durante los últimos días casi no hay informativo que no comience con la última hora de lo que ocurre en el pesquero Alakrana, varado en medio del océano, y todos los ojos están puestos en el Gobierno español. A ver qué hacen.
Hasta hoy, ningún otro gobierno europeo había blanqueado (desde que empezó este flagelo) haber pagado la recompensa a los piratas en sus múltiples secuestros. Cada vez que un grupo de pescadores es liberado —no ha habido ninguna muerte— los gobiernos jamás dicen que han puesto el dinero. No pueden hacerlo, porque la democracia no pacta ni negocia con delincuentes. Pero la opinión pública sabe (con complicidad tácita) que el dinero llega. En España no ha ocurrido esto: el Gobierno ya habla abiertamente de «la recompensa», porque tiene un problema mayor. Debe liberar o extraditar a dos delincuentes. Los ministros se reúnen cada mañana para encontrar una manera de romper las leyes vigentes y crear otras, falsas y extemporáneas, a contra reloj. No saben cómo hacer para encontrar grietas en la ley que permitan que dos malhechores peligrosos esquiven la cárcel.
La sensación que todo esto genera es que las férreas leyes europeas pueden ser vulneradas por veinte morochos con pistola en un barquito desvencijado. Ayer veíamos un informe sobre las embarcaciones de los piratas: naves oxidadas y antiguas, bucaneros flacos y hambrientos, armamento caduco y nada que perder. Estos grupos extorsivos están logrando quebrantar los ánimos de los gobiernos europeos con una facilidad que nadie podía sospechar.
Todos los países pagan (millonadas) para la liberación de sus ciudadanos del mar, y los secuestradores ya se han convertido en una especie de multinacional clandestina: tienen abogados carísimos, traductores y sucursales por todas partes del mundo. Se han convertido en Piratas 2.0, en grandes conocedores de los problemas jurídicos de cada país y hasta ahora no han perdido ni una sola batalla.
Da la impresión de que África se ha cansado de enviar inmigrantes en cayucos a las costas de Europa. Han debido comprender que el sistema de la compasión, o la generosidad, no funciona con el europeo. Los devuelven, no los quieren. En cambio, con esta nueva estrategia parece que Europa paga y se pone de rodillas. Como si fuesen hijos del rigor.