Yo me quedé en la cama, relajada como esa gente del Tíbet, toda despatarrada, con el peinado hecho un asco y con un sentimiento de paz que la última vez que lo tuve fue cuando fuimos a ver al Papa a Luján.
—Zacarías —le digo desde la cama—, tendrías que hacer esto más seguido.
—¿Vomitar?
—No, ponerte cariñoso conmigo… No sabés cómo tengo el cuerpo ahora.
—Sí, ya te lo vi al cuerpo —me dice—: hecho mierda lo tenés. Antes estabas pasable, Mirta, pero últimamente se te cayó todo… ¿Cuándo corno te salió esa cicatriz, que nunca la había visto?
—¿Esta? —le digo— Es de la cesárea de la Sofi, ¿te resulta sexy?
—Calláte, hacéme el gran favor —me dice—, y cuando salga del baño tapáte un poco que me da miedo.
El Zacarías siempre fue así, medio chistoso.