Prestigio, la nueva moneda del mundo
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Cada vez con más fuerza comienza a circular la nueva moneda de curso legal, el prestigio. 

Lo que se dice de nosotros por allí y por aquí. Ikea, una importantísima empresa sueca de muebles, hizo lo imposible, hace un par de años, para que Google quitara de la primera posición de sus búsquedas la nota de un blog en donde se explicaba cómo la empresa mentía a sus clientes. No hubo manera: la información sigue allí porque no es una persona quien decide qué aparece primero en los buscadores; es la importancia de esa información, las veces que ha sido leída, la fuerza que ese dato puede tener. Cada semana aparecen personas o empresas a las que no les gusta nada lo que encuentran cuando se buscan. «No quiero que mis hijos lean esto cuando tecleen su apellido», dicen. O también: «No es bueno que mis clientes tengan esta impresión sobre mi empresa, si la buscan en internet». Pero no hay tutía. En general (con excepción de los países regidos por dictaduras), las informaciones siguen allí a pesar de los pataleos y los berrinches. El prestigio, la nueva moneda del mundo. Los viejos gurús de internet ya sostenían esta idea a principios de este siglo: «En el futuro la moneda de curso legal no será el dinero, sino la reputación personal». Hay otra forma de decirlo, pero suena demasiado espiritual. Lo voy a escribir de todos modos: se trata del karma, la energía de nuestros actos pasados, que nos ponen en el sitio que corresponde. 

La última persona que se ha quejado de su «bajo karma» ha sido una jueza argentina, la doctora María Romilda Servini de Cubría. Cuando la mujer se buscaba en Google, no encontraba lo que quería ver. Igual que la bruja del cuento de Blancanieves, el espejito no le devolvía una respuesta alentadora. En vez de decir que era guapa y buena, los textos hablaban del Yomagate, de su amistad con el poder y de las docenas de juicios políticos en su contra. En octubre del año pasado ordenó que Google y Yahoo eliminaran de sus bases de datos las informaciones que pudieran perjudicarla. Quiso romper el espejo. 

Hace más de quince años, la misma Jueza intentó impedir que Tato Bores, el mayor cómico político de la época, la mencionara en sus monólogos. Entonces no existía Google: el prestigio estaba en otra parte. En esa primera intentona de censura, la magistrada consiguió una de las reuniones más importantes de la televisión argentina. Una veintena de artistas e intelectuales entonaron una canción que la mencionaba sin decir su nombre. El hecho resultó inolvidable, justo lo contrario de lo que ella hubiera querido. En lugar de aprender de aquel error (del que se arrepintió públicamente tiempo después), vuelve ahora, en los tiempos digitales, a preocuparse por su karma, por su prestigio, por el «espejito espejito» que no le devuelve las respuestas adecuadas. El jueves pasado la sala 2 de la Cámara Civil y Comercial rechazó la orden de censurar a la jueza del buscador Google. Su karma sigue intacto y a la baja. Toda la información permanece allí, más una nueva. Mañana, cuando la jueza se busque, encontrará una muesca más, un nuevo desprestigio en su carrera. 

Hernán Casciari