Sobre Géminis y Marta
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Que te recontra reloj

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La conexión de mi perra con mamá siempre fue muy especial. Como si se conocieran de otra vida. La perra era muy inteligente, pero lo que tenía con mi mamá no era un tema de inteligencia canina. Era otra cosa.

Primero voy a hablar de ellas. De Géminis y de Marta.

A Marta la conocí primero, obviamente, porque me parió. Ella fue una gran madre en mi infancia y adolescencia. Comprensiva, cariñosa, amiga… Tenía un solo defecto: nunca me dejó tener perro. Y yo, hija única, quería un perro más que nada en el mundo. Pero mi mamá jamás quiso animales en casa.

Cuando le preguntaba por qué, ella me decía siempre lo mismo: «Porque soy de géminis, nena. Los de géminis nos encariñamos mucho con todas las cosas vivas, y después las cosas vivas se mueren y yo no me quiero angustiar. Si querés te compro una bici, que no se mueren».

Por eso cuando me casé y me fui de Mar del Plata lo primero que hice fue buscar un refugio y adoptar a un perro. Fue una perra, en este caso. Una perra policía cachorra. Y le puse de nombre Géminis como un guiño a mi mamá.

Y acá viene lo que les decía al principio. Fue un flechazo: desde el momento que Marta y Géminis se conocieron hubo algo, una conexión rara. Todos nos dábamos cuenta. Mi mamá primero decía que venía más seguido a casa para ayudarme con el bebé, después decía que venía más seguido a casa para cumplir su rol de abuela, etcétera, pero ni me ayudaba ni le daba mucha bola a Agos. Ella se venía desde Mar del Plata a jugar con la perra. Se iban al jardín y, de lejos, parecía hasta que charlaban.

Géminis siempre fue muy inteligente, una perra especial. Lo decía todo el mundo, incluso los vecinos. Un día, cuando Agos todavía no caminaba, le salvó la vida. Nosotros nos descuidamos, Agostina gateó hasta el borde de la escalera y Géminis la agarró del pañal para que no se cayera. Lo vimos por las cámaras de seguridad y no lo podíamos creer.

La perra dormía con nosotros, en la cama grande. Aprendió a ser uno más en la casa y estaba atenta a todas nuestras rutinas. Cuando venían a casa otros amigos que tenían perro, nos envidiaban. Géminis parecía más un mayordomo que un animal. Pero eso sí: todo cambiaba cuando llegaba Marta desde Mar del Plata. 

A Géminis ya no le importábamos más nosotros, ni los gatos de la medianera. Todo su amor era para Marta. Si mi mamá se quedaba a dormir unos días, la perra dormía con ella. Y no nos daba bola. Como si de repente hubiera llegado su verdadera dueña.

Cuando a mi mamá el dio el ACV nos fuimos todos para Mar del Plata, y a Géminis la dejamos en una guardería canina. La idea es que fuera solamente una semana. Mi marido tenía que volver sí o sí por trabajo.

Los dos primeros días fueron terribles, porque mi mamá estaba internada y no sabíamos si iba a salir. Un mediodía nos dijeron que nos preparáramos para lo peor, y le indujeron el coma. 

En ese momento, cuando estábamos recibiendo ese mazazo, nos llamaron de la guardería canina. Géminis se había escapado, la había atropellado una camioneta y no habían podido salvarla. Estaba muerta.

Es increíble lo que le pasa a la cabeza cuando te dan una mala noticia en medio de otra mala noticia anterior: es como si te anestesiaran, como si todo fuese un sueño, como si las voces llegaran del fondo de un frasco vacío. Marta se estaba muriendo y, en medio, Géminis estaba muerta. Por negligencia de una empresa que debía cuidarla. No teníamos tiempo ni para hacerles juicio y ni para llorar.

Mi marido y yo le dimos la mala noticia a Agos. Esa misma noche mi mamá reaccionó bien a no sé qué medicamento y salió de la zona de peligro. 

Los médicos nos recomendaron no decirle nada sobre la muerte de Géminis. Estaba saliendo del ACV despacio. Todavía no hablaba. Podía escucharnos y responder a nuestra conversación con gestos.

La noche anterior a que mi mamá hablara por primera vez yo me quedé a cuidarla en la clínica y tuve un sueño muy nítido, casi sensorial. Yo estaba medio dormida y escuché las pezuñas de Géminis por el pasillo. Los que tenemos perros reconocemos las pezuñas del nuestro. Y era ella. Las pezuñas se acercaban y luego sentí el calor de su hocico en las medias. Como antes. Fue un sueño vívido y me entristecí al despertar.

A media mañana nos llamaron porque mamá estaba mejor. Entramos todos a verla. Y lo primero que nos dijo fue: «¿Qué le pasó a Géminis?». Como estábamos seguros de que ella no podía saber nada, yo le pregunté. «Nada, mamá. ¿Por qué?». Y ahí fue cuando dijo la frase que ahora contamos siempre en las sobremesas. Nos miró y dijo: «Porque anoche lloraba y lloraba, se subió a la cama y durmió a mis pies, pero no paraba de llorar, pobrecita».

Mi mamá se recuperó por completo días más tarde y la trajimos a vivir a casa. De a poco nos fuimos acostumbrando a no tener perro. Yo tampoco quiero que Agostina tenga otro. Es demasiado el dolor cuando se mueren. Y cuando le doy a mi hija las razones para no tener otro perro, me recuerdo a mi propia madre cuando decía «Porque soy de géminis, nena. Los de géminis nos encariñamos mucho con todas las cosas vivas».

Dos meses más tarde, finalmente le hicimos juicio a la guardia canina. Y en el juicio pudimos ver las imágenes de la cámara de seguridad. La tarde que nuestra perra se escapó. A Géminis la estaban bañando dos empleadas. Por la vidriera de la veterinaria pasó una mujer tremendamente parecida a mi mamá, con un vestido igual a uno de mi mamá, con un peinado idéntico al de mi mamá, y la perra se zafó de las cuidadoras. Ellas no tuvieron la culpa. Géminis salió corriendo a la calle para buscar a esa mujer y entonces la atropelló una camioneta. 

El reloj de la cámara de seguridad ponía clarito el día, la hora y los minutos. En Mar del Plata, a esa misma hora, a mi mamá le inducían el coma para dejarla morir.

Hernán Casciari

HERNÁN
CASCIARI