Sueños y numerología
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Más respeto que soy tu madre

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Soñar es fácil. No digo hacerse ilusiones, digo acostarse a dormir y que te pasen una película por la cabeza. Yo sueño siempre, no como el Zacarías que dice que no sueña. Para mí que lo que pasa es que no escucha el argumento, porque ronca que parece el fin del mundo.

Según él cuando era chico soñaba, pero los sueños eran tan aburridos que se dormía por la mitad. Es raro, porque don Américo (que es el padre biológico) no solamente sueña, sinó que sueña con subtítulos. La semana pasada nos contó un sueño que pasaba todo en Checoslovaquia, y lo entendió gracias a las letritas amarillas de abajo.

El Nachito, que es un sol, dice que sueña en 1024×800 píxeles, será de las ganas que tiene de comprarse un monitor más grande. Y a mí una vez me pasó que soñé toda una pesadilla entera con la hora y la temperatura en la parte de abajo, como si fuera la televisión.

El asunto es que ayer a la mañana el Zacarías se levantó preocupado. Desayunó sin enojarse con nadie, y eso que el Caio rompía las bolas más que de costumbre y se merecía un sopapo bien dado. Pero el Zacarías nada, como si no existiéramos. Por ahí le pregunto:

—¿Te pasa algo, viejo?

Entonces me mira y me dice, como si hubiera estado esperando que alguien le preguntara:

—¿Podés creer que soñé…? —y se me queda mirando, con miedo—. Soñé un sueño entero, gorda: hace como treinta años que no soñaba.

—¿Cómo que soñaste? —dice la Sofi, sorprendida—. ¿Vos? ¿Y qué soñaste?

—Yo estaba en el bar de la Estación, como siempre, tomándome un ferné en la mesa donde me siento toda la vida —dice el Zacarías, haciendo memoria—, y entonces se me aparece el viejo Casaretto.

—¿El viejo Casaretto? —le digo—. Si se murió ahogado en el río Luján, hace como diez años…

—Por eso creo que era un sueño —me dice—. Yo me asusté un poco de verlo, pero no mucho. Esa es otra cosa que no me cierra. Le dije «siéntesé Casaretto»…

—¿Y Casaretto qué hizo? —pregunta el Caio.

—Se sentó, se sentó —dice el Zacarías, muy angustiado, y hace un silencio largo—. Y nos pusimos a charlar, como si nada. El sueño entero charlando estuvimos. Un tipo bárbaro Casaretto.

—¿Y qué te dijo, hablaron de algo?

—Boludeces, nada del otro mundo… Viste cómo es Casaretto, que desde que se murió mucho no habla… Le conté que me echaron de Plastivida, que pusimos la pizzería, cosas así —me mira y dice—. Te manda saludos.

—Muchas gracias —le digo.

—¿Te parló di algún numeritte, per cugarle a la quinela? —pregunta don Américo.

Desde que supo que sus ahorros no valen nada, mi suegro se pasa el día jugando a la lotería, a ver si levanta cabeza.

—No, creo que no dijo ningún número —dice el Zacarías.

—Pero igual hay que jugarle a algo, ¿qué números aparecen en el sueño, Nonno? —digo yo.

—«Morto qui parla»: cuaranta otto —dice don Américo, que es un estudioso del tema—, e doppo «el ahogado», chincuanta otto.

Mi suegro es el único de la familia que se sabe de memoria la tablita de los números y los sueños. Siempre que soñamos algo raro le preguntamos a él a qué número hay que jugarle.

El Zacarías se fue, despacito, hasta la agencia de lotería de la Bocha Blandini a jugarle al 4858, a ver si hay suerte mañana. Pero igual yo lo noté muy desmejorado.

Para peor el esquenún lo proclamaba siempre a los cuatro vientos: «¿Yo, soñar? Dejáme de joder, esas son cosas de maricones», decía. Se ve que, desde ahora, el pobre tiene una cosa menos para sentirse orgulloso.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)