Y me dice:
—No, viene bastante gente a tu siglo… A comprar porro, más que nada, porque allá casi no hay. Pero, así como yo, a visitar familia, poco. Es un viaje incómodo, es caro.
Y yo me asusté. Le digo:
—¿No hay porro en el futuro?
—Bah —me dice—, como haber, hay, lo que ya no existe es esa cosa tan linda de ustedes de armarlo, de ver la hoja, de fumar echando humo. De eso no hay más.
Y le digo:
—¿Y cómo fuman porro ustedes?
—Ah, no. Tenemos tarifa plana. Pagamos por mes, y hay empresas que te dan el servicio directo a la cabeza.
—¿Qué? —le digo—. ¿Están todos drogados, todo el tiempo?
—No, abuelo, no —me dice—. La mayoría, no. Yo ahora estoy desconectado, porque estamos charlando. Pero si quiero un poco, me hago doble clic en la nariz y ya me sube el porro. Es práctico.
—Más que práctico —le digo—. ¡Es buenísimo! No hay que ir a comprar, no hay que esconderse…
Y él me dice:
—Y además no te hace fingir. Si estás drogado y se aparece tu vieja en tu pieza, clic derecho y ya estás careta el tiempo que haga falta. Después tu vieja se va, doble clic y otra vez drogado.
—Qué maravilla, el futuro —le digo—. ¿Y cuánto sale por mes la tarifa esta de porro?
—Ah, no, abuelo, hay varios precios —me dice—. Yo tengo un servicio que me cuesta once minutos al mes.
—Pará —le digo—, ¿cómo once minutos? ¿Cuánto sería eso en plata?
—No, abuelo. En el futuro no hay plata. El valor más preciado es el tiempo. Todos nacemos ricos. Cada chico que nace, ponele, tiene cien años de crédito como en una especie de riñonera. Después crecés y vas gastando tiempo. ¿Querés comprarte una moto? Te sale ocho meses. ¿Querés una casa? Un año y medio. ¿Una casa grande, con pileta? Cuatro años te sale.
—Pero entonces —le digo—, ¿quiénes son los ricos en el futuro?
—No, eso varía… Por ejemplo, mirá: yo tengo veintitrés años. Es decir, tengo un capital suficiente para tener siete autos, dos chalets, darme la gran vida durante cinco años y morirme a los veintiocho como un campeón. O puedo vivir sin tanto lujo hasta los ochenta, ochenta y cinco… Cada cual hace lo que quiere en el futuro. Hasta ahora, mi gasto más extravagante fue este viaje. Venir a verte me costó tres años y medio. Es carísimo.
—¿Y el trabajo? ¿Cómo funciona, cuánto gana un empleado medio en el futuro?
—No, allá la gente gana exactamente lo que labura. El que trabaja seis horas al día, gana seis horas. El que trabaja cuarenta horas a la semana, recibe eso: cuarenta horas, por home banking, el sábado.
—Entonces —le digo— ¿el trabajo cualificado no cuenta? Un carpintero que tarda dos horas en hacer una silla y un conductor de tele que hace un programa de dos horas… ganan lo mismo.
—Claro —me dice—, cada cual gana dos horas.
—¿Pero… pero si el programa tiene mucho rating?
—Esa es una gran mentira de tu sociedad, abuelo. Un famoso no vale más que un carpintero.
Y yo le digo:
—¿Y los ladrones… qué roban los ladrones si no hay plata?
—¡No hay ladrones, abuelo! No existe el delito económico en el futuro. Solamente, cada tanto, algún crimen por celos, pero es de gente vieja.
—¿Pero van a la cárcel esos criminales? —le pregunto.
—No, no tenemos cárceles. Hay multas para el asesinato.
—¿Cómo multas?
—Sí, te multan con los años que le quedaban por vivir a la víctima. Vos matás a un tipo de treinta y cinco años y te debitan a vos sesenta y cinco años. Al toque, de un viernes a un lunes, por home banking.
—¿Entonces tampoco hay malos?
—¡Claro que hay malos, abuelo! Bocha de malos. Los pesados son los malos del futuro. Los que te hace perder el tiempo. Los que tardan mucho en contarte una anécdota. Los que te invitan a fiestas aburridas. Esa es la gran escoria de mi sociedad.
—Y la política —le digo—, ¿cómo funciona?
—Ya te dije, abuelo… no hay ladrones en mi época.
—Pero me imagino que en cada país habrá presidentes, que al presidente habrá que elegirlo…
—No, cuando acabamos con las enfermedades, terminamos con el capitalismo, con el comunismo, con todas las boludeces. Nadie tiene nada que otro pueda querer. Si cagás a alguien, no te quedás con su tiempo extra. Entonces, ¿para qué lo vas a cagar?
Y yo lo miro a los ojos y le digo:
—Boludo, me emociona esto que me estás diciendo… Pero tiene que haber grietas, tiene que haber fallos. Somos humanos, estamos diseñados para hacer mierda todo lo bueno. ¿Dónde está la grieta?
—La grieta, abuelo, también es una mentira de tu sociedad. Con el tiempo las cosas van a estar mejor, te lo juro.
Y entonces mi tataranieto me mira con los ojos claros, lleno de esperanza en el futuro, y se rasca la nariz, dos veces, y aparece un olor a porro maravilloso en toda la casa, y me dice:
—Tocáte, abuelo. La nariz, tocáte. Que te acabo de compartir la contraseña del wifi.