Teoría de los horóscopos
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Pausa

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Pertenezco al selecto grupo de varones que han sido concebidos durante un mundial de fútbol. Esto significa que el padre, mientras engendra a su señora, está pensando en otra cosa.

Los mundiales ocurren cada cuatro años, entre junio y julio, por lo tanto, padecemos este síntoma los varones nacidos entre febrero y marzo del año siguiente a un mundial. A mí me tocó llegar al mundo a mediados de marzo de 1971. Es decir que, astrológicamente hablando, yo soy México 70 con ascendente en Pelé.

Los concebidos bajo el signo de México 70 somos personas calladas, con un gran mundo interior, y nos llevamos muy bien con los Suecia 66 y con los Alemania 74. No debemos hacer negocios con un Argentina 78 ni viajar en un avión pilotado por un Chile 62.

Las mujeres se rigen bajo los poderes astrológicos de los Juegos Olímpicos. Según mis estudios, los varones México 70 nos enamoramos muy fácil de las chicas Montreal 76 (mujeres nacidas a mediados de 1977), que son un poco equilibradas, bastante altas y con una clara tendencia al comunismo, dado que Alemania de Este ganó cuarenta medallas de oro en esa competición.

Las mujeres Munich 72 pueden llegar a ser muy buenas madres, pero tienen en contra una personalidad un poco explosiva. Las Seúl 88 son pizpiretas, son alocadas. Sexualmente aventureras.

La astrología tradicional intenta hacernos creer que nuestro comportamiento en la vida tiene una relación directa con la posición de los astros en el momento de nuestra llegada al mundo. A mí me parece muy agarrado de los pelos ese sistema. Prefiero entender nuestro temperamento desde un dato básico: qué miraban en la tele papá y mamá mientras nos concebían.

Es más probable que un ser humano sea «introvertido, sereno y soñador» por culpa de que su padre estaba escuchando un gol de Platini durante el coito, y no a raíz de que el planeta Júpiter haya pasado justo en ese momento por la órbita de Mercurio.

Mi teoría es sencilla. Desde siempre, los matrimonios engendran a sus hijos en la habitación. Pero desde la segunda mitad del siglo veinte, en la habitación matrimonial hay un televisor. Este dato —sistemáticamente obviado por los astrólogos— me parece fundamental.

Los astrólogos nos dicen que somos cáncer, escorpio, leo, virgo… Parecen insultos de gente vieja. El horóscopo tradicional es una antigüedad. Posiblemente hace mil años estaba todo el mundo mirando el techo y las estrellas y el cielo. Y es lógico, porque no había otra cosa para mirar. Hoy, en cambio, miramos el mundial, miramos las olimpíadas, miramos eventos internacionales de gran relieve.

La mayoría de las veces, las parejas modernas conciben a sus hijos con la televisión prendida. Por eso, las mujeres nacidas en noviembre casi siempre son muy agradecidas y se visten con mucha corrección. El motivo es claro: la madre fue inseminada a finales de febrero, que es cuando en la tele pasan la ceremonia de los Oscars. Por tanto, la desconcentración sexual materna, a raíz del premio a mejor actriz secundaria, es detonante en el temperamento de la futura hija.

La madre de mi primera hija, sin ir más lejos, nació a finales de 1974. Esto quiere decir que es Oscar 73 con ascendente en Glenda Jackson. Según su carta astral, debería haberse casado con un Goya 69 con ascendente en Carlos Saura —se hubieran llevado muy bien—, pero se casó conmigo, que soy México 70 —¡para peor, con ascendente en Pelé!—, por eso nos separamos.

Mi primera hija, nacida a mediados de abril de 2004, fue concebida a principios de julio del año anterior. La pobre carga con el estigma horrible de ser Copa Toyota 2003, con ascendente en Carlitos Tévez, porque mientras yo la concebía no podía dejar de pensar en que el Milan podría haber ganado esa final del mundo. Por eso la chica ahora es tan díscola y con una leve tendencia a despertarse por la madrugada pidiendo la hora.

Es necesario que dejemos de ser piscis y sagitarios, conejos y monos, libras y colibríes, renacuajos y cánceres. Es hora de que dejemos de sentirnos orgullosos de eso. La temática de los horóscopos parece una broma de mal gusto urdida por nuestros antepasados con el fin de saber hasta cuándo sus descendientes podían ser tan pelotudos. Y la pelotudez nos está durando mil años.

Ya es hora, queridos contemporáneos, de que las supersticiones se rijan por una astrología moderna y utilitaria, tan absurda como la anterior, pero por lo menos con un mínimo de sentido común.

Hernán Casciari