Las encuestas nos dicen que si Cristina no se presenta, Mauricio pierde. Que si Sergio va de la mano con Martín, a Ricardo le da un soponcio; que si Elisa se hace la loca, recupera credibilidad; que si Eugenia sale con vestido, sube el dólar; que si Marcos dice «no», los mercados dicen «sí».
Todos los días en los diarios, en la radio, en la tele, hay por lo menos una afirmación categórica generada por el método de la encuesta. Pero falta una encuesta. Hay una encuesta que los encuestadores guardan bajo siete llaves. Ellos tienen un dato, sobre nosotros, que nunca van a publicar, y ese dato es… cuánta gente responde encuestas.
De diez llamados telefónicos, ¿cuántos acceden a responder? Los encuestadores saben, sin margen de error, este guarismo. Es el único resultado que tienen sobre nosotros, el único real. Todas las demás encuestas que publican están limitadas al pequeño grupo de gente aburrida, o que justo esa tarde estaba drogada; porque solamente los aburridos y los drogones contestamos el teléfono fijo. La gente ocupada ni en pedo atiende.
¿Qué pasa, entonces, con los que no atienden cuando llama el encuestador? Son el noventa por ciento de la población y no sabemos nada sobre ellos. ¿Son de izquierda moderada o de derecha progresista los que no conversan por teléfono con idiotas? ¿Qué opinión tienen los tímidos y los sensatos sobre el riesgo país?
Ni idea, no sabemos. ¡Nadie lo sabe! Porque la mayoría de la gente está ocupada tratando de sobrevivir. Y hay una segunda certeza que involucra a las minorías que sí responden; una certeza que empaña los resultados de cualquier encuesta.
Todo el mundo sabe que los aburridos y los adictos tienden a mentir. Los aburridos mienten como escape a la realidad, y los drogones mienten por dispersión o por anacronismo. Pero mienten.
Con esto generamos una nueva evidencia; el noventa y seis por ciento de los que responden encuestas dicen la primera boludez que se les pasa por la cabeza.
Conseguimos, de este modo, un dato revelador: todo lo que sabemos sobre nosotros como sociedad es el resultado de compilar las mentiras que dicen los que están aburridos a la tarde y los que fuman porro a la noche.
Deberíamos tener más presente esto, porque el objetivo de las encuestas es idéntico al de un termómetro: hundirse en el recto de la sociedad para saber la temperatura de nuestras decisiones. ¡Pero ojo! Si solamente responden unos pocos culos sucios, las cifras del termómetro, cuando sale, van a estar llenas de mierda.