«Tobermory», de Hector Hugh Munro (Saki)
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Pausa

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100 covers de cuentos clásicos

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La señora Karen había invitado a sus vecinos a un té canasta. Esas reuniones solían ser aburridas, pero esta vez llegó una persona que dejó a todos perplejos: el señor Appin. Era un vecino nuevo que sorprendió a todos con una revelación: «Yo les enseño a hablar a los animales», dijo. «Y el gato de esta casa, Tober­mory, me va a ayudar a demostrarlo». 

Todos lo miraron como si fuera un chiste, pero Appin no se reía. Dijo que trabajaba en una técnica desde hacía casi veinte años y los primeros resultados habían llegado hacía pocos meses, especialmente con Tobermory, con quien había estado experimentando la última semana. 

«¿A ver? Traigan al gato», dijo un invitado. Y en­tonces la anfitriona, Karen, fue a buscar al animal. 

Entre risas, todos esperaban el bochorno. Pero al volver, pálida y con las manos vacías, la señora Karen se tiró en el sillón y dijo lo que había pasado. «Encon­tré al gato dormido, le pedí que viniera, y me contes­tó que vendría cuando se le diera la gana». 

Acto seguido, Tobermory entró al salón con una mirada indiferente. Todos se quedaron duros. 

«¿Un poco de leche, Tobermory?», preguntó Karen con un hilito de voz. «No, gracias, no tengo sed», dijo el gato. Y todos hicieron silencio. 

Otra invitada, Mavi, con sus mejores modales, tra­tó de romper el hielo y le preguntó a Tobermory si los humanos le parecían inteligentes. 

Y el gato dijo: «Son muchos. ¿Cuáles, en concreto?». 

Y la señora Mavi dijo: «Y-yo, por ejemplo». 

Entonces, muy sereno, Tobermory dijo: «Bueno, doña, me pone en un compromiso, pero ya que pre­gunta… Cuando mi dueña le dijo a este otro viejo que estaba pensando en invitarla a usted, el viejo contestó que mejor no la invite, porque usted es más boluda que las gallinas. Pero mi dueña, acá presente, le con­testó al viejo: “Justamente por eso la quiero invitar a esa pelotuda, porque con un poco de suerte me com­pra el auto viejo que tengo en la puerta”… Así que imagínese la respuesta usted sola, doña». 

El gato dijo eso y después siguió ventilando los chusmerios de todas las casas, dando a entender que los vecinos se detestaban, y todos se dieron cuenta de un detalle: las casas de la manzana estaban unidas por los techos, y el gato, en sus paseos aparentemente in­ofensivos, había estado escuchando las conversacio­nes de todo el mundo.

Los invitados entraron en pánico. La escritora que se pasaba horas mirándose al espejo, el cura que es­cribía versos eróticos con una mano mientras se to­caba con la otra… Todos empezaron a pensar dónde podían conseguir ratones para sobornar al gato y que hiciera silencio. 

«¡Ay, para qué vine!» se lamentó una vieja por lo bajo. A lo que el gato contestó: «A juzgar por lo que le dijo ayer a su marido, usted no viene a divertirse, viene a robarse comida». Y ahí, cuando todos esta­ban al borde de un ataque, Tobermory hizo silencio y miró la ventana. Acababa de ver a otro gato, su mayor enemigo del barrio, y salió corriendo a per­seguirlo. 

Cuando se quedaron solos, los vecinos miraron al señor Appin, el que le había enseñado a hablar al gato. La anfitriona dijo: «Tobermory pasea por to­das partes… ¿qué pasa si cuenta nuestras intimidades por ahí, señor Appin?». Y otro vecino dijo: «Hay que matar a ese gato, señor Appin». El señor Appin pidió perdón y dijo que se encargaría de eliminarlo. 

El resto de la tarde pasó en clima de complot. Ya no hubo té canasta. Todos esperaban al gato para en­venenarlo, y debatían sobre las maneras de engañar a un animal tan inteligente. Hasta que, a las dos de la mañana, sin rastros del animal, la furia de los vecinos dio lugar al agotamiento y todos se fueron a dormir. 

La noticia llegó al otro día, cuando la señora Karen encontró el cadáver de Tobermory entre unos arbus­tos. Por los mordiscos, estaba claro que el otro gato lo había atacado hasta matarlo. La señora Karen avisó al vecindario y todos respiraron con alivio. 

Hasta que dos semanas después, el diario local amaneció con una noticia en portada: un elefante viejo que vivía en la gobernación se había soltado de las cadenas y, cuando la prensa llegó al lugar, el ele­fante dijo: «Primero quiero despedirme de mi amigo Tobermory. Y, después, tengo algunas cosas que con­tar sobre el señor Gobernador».

Hector Hugh Munro (Saki)
Una adaptación de Hernán Casciari