El hombre (sesenta y dos años) había comprado el cartón de casualidad, en un supermercado. Lo primero que hizo cuando tuvo todo el dinero en el banco, fue regalarle una casa y una 4×4 a la empleada que le vendió el billete. Es decir, Jack Whittaker no parecía mal tipo en el principio de esta historia. Dos semanas después ya era famoso, su foto aparecía en la prensa y su vida se llenaba de presión mediática. A los dos meses lo encarcelaron por manejar borracho, al año un par de delincuentes lo reconocieron y le robaron un millón de dólares en efectivo (Cuando Jack salía de un bar de striptease), en otro hurto misterioso le desaparecieron doscientos mil dólares, más tarde fue denunciado por amenazar de muerte a un personaje oscuro de la farándula marginal, y así el hombre iba apareciendo en la prensa, involucrándose en noticias cada vez más grasientas y dudosas. En 2006 una mujer lo acusó de abusos se xuales en las tribunas de una carrera de galgos. Desde 2003, y hasta la fecha, el nombre de Jack Whittaker es un abonado fijo de las malas noticias, como el personaje obeso de Hugo en la serie Lost. Multimillonario repentino que, de un día para el otro, se convierte en jettatore involuntario. La nieta de Jack murió de una sobredosis en 2004, su propia esposa también perdió la vida (en 2006) y ahora el pobre millonario aparece otra vez en la prensa del mundo. El 6 de julio pasado encontraron muerta a su hija Ginger, en la última muesca de mal agüero de su historial. El tópico de que el dinero no hace a la felicidad suele estar a la orden del día, pero únicamente en los libros de ayuda emocional. Hay escasez de casos prácticos. Teníamos uno, en Argentina, uno muy internacional además, porque Christina Onassis se deprimió hasta la muerte en una estancia de Tortuguitas. La heredera más rica del mundo, sola y triste, de la que Sabina dijo más tarde que «era tan pobre, que no tenía más que dinero», fue hasta hoy nuestro último consuelo de tontos. Pero el de Christina, por abuso, se convirtió en un caso muy manoseado, alejado en el tiempo —ocurrió en 1988—, que ya no queda original en las sobremesas trasnochadas. Estábamos ávidos de una fábula moderna que reafirmase la perogrullada, una fábula como la del pobre Jack Whitaker. Así que, además de compadecerlo, debemos agradecerle al pobre hombre cada vez que, por suerte, nuestro número no salga sorteado en ninguna parte.