11:50 — Estoy haciendo la comida y me avisan por teléfono que han escuchado gritos de auxilio y golpes en casa de mi suegro, así que me limpio las manos en el delantal y salgo carpiendo para allá.
12:07 — Después de varios intentos de tocarle timbre en vano, lo llamo al Caio a su celular (bueno, es un decir) para que venga a ayudarme con una palanca a entrar a la casa del abuelo.
12:20 — Llega el Caio, pero en vez de traer una palanca trae un llavero con mil millones de llaves, mira la cerradura como un experto, elige una y abre. Yo lo miro con miedo al Caio, pero no hay tiempo para preguntarle nada. Entramos a la casa de don Américo.
12:21 — Nada. Buscamos por todas partes y el viejo no está en ningún lado. La cama deshecha, la tele prendida, el diario en la mesa, la heladera desenchufada y perdiendo agua… «¿La heladera desenchufada y perdiendo agua?», pienso. ¡Qué raro!
12:27 — Con el Caio abrimos la heladera y a mí casi me da un patatús. Lo encontramos al Américo metido como a la fuerza adentro del artefacto, que parecía propiamente un feto viejo adentro de una placenta marca Westinghouse.
12:29 — «No me saquen, no me saquen que aguanto trancuilo», nos dice con un hilo de voz el Américo cuando nos ve.
«¿Pero qué tiene que aguantar, abuelo, no ve que se va a morir asfixiado?», le digo. «No signore —dice—, estoy batiendo el récore mondiale come el mago del Támesis… Le hacen molta propaganda al mago per cuaranta cuattro día sensa comere, ¡y nosotro los jubilados qué! ¿¿Nos tenemo que metere en una caja arriba de un puente para que los diario se enteren que no manshamo niente??» Dicho lo cual, se me desmaya como un pajarito, apoyando la cabeza en una cubetera.
12:51 — Así que al final lo sacamos como pudimos y lo llevamos semiinconsciente al Hospital Dubarry (ahora ya está estable el viejo). Tuvimos que pedir un taxi para llevarlo, que en estos casos son gratarola, así que por lo menos pude viajar en taxi (yo no iba en taxi desde que rompí aguas de la Sofi).