Mi marido estaba que echaba humo, y lo corrió al Caio por el fondo hasta que lo agarró en un voleo y se desquitó un poco. Yo le gritaba: «¡Zacarías, dejá ese chico!», pero se conoce que no había caso. Si hubiéramos estado en la buena, el Zacarías no hace tanto esfuerzo por alcanzarlo al Caio. Como mucho le sacude un zapato desde el sillón; pero no andamos en la buena.
Antiyer al pobre lo cesantearon, después de veinte años en Plastivida S.A., y no consigue ni para changas. Está alterado y se pone como loco por nada.