El martillito de madera salió volando y le pegó en la nuca a don Américo, que estaba mirando el noticiero en el comedor:
—¡Assassina! ¡Figlio de putana! —gritó el viejo, y se encerró en la pieza. Pero yo no estaba para pedir disculpas. La Sofi esperaba una respuesta.
—¿Te parece conversar de eso ahora, nena? —le digo, toda colorada—. En cualquier momento van a llegar tu hermano y tu padre de la pizzería…
—Tenés que decirme un número nomás —me insiste la Sofi—. No quiero conversar ni nada.
—¿Un número? —le digo—. ¿Del uno al mil?
—¡Una edad, mamá, no te hagás la pelotuda! —me dice.
—Ay Sofía, estoy batiendo los huevos, dejáte de escorchar… —le digo temblando.
—A qué edad te desvirgaron, má… —no paraba la guacha.
—¿No querés ir a ver El Chavo ahora que tu abuelo dejó la tele libre?
—¡A qué edad te desvirgaron!
—¡Diecinueve, nena, diecinueve! —le digo, poniéndole el cuchillo entre los ojos—. ¿Ya estás contenta? Ahora volá de acá si no querés que te tire el aceite a los ojos.
—¿Diecinueve? ¡Eras re vieja! —me dice la hija de puta—.
¿Y fue con papá o con un tipo cualquiera?
Ya era el desiderátum. Me seco las manos en el delantal, cerrando los ojos y resoplando por la boca, y la agarro de los hombros. Le digo, con toda la serenidad del mundo:
—¿Estamos teniendo la conversación sobre sexo que tienen las madres con las hijas a cierta edad, no? —la miro fijo; no me contesta—. ¿Es eso lo que está pasando, Sofía Mirta?
—Qué sé yo —me dice—… Capaz que sí.
—¡Serás desordenada, nena! Hace como dos años que espero este momento… —le confieso—, ¿pero tiene que ser ahora, a las trece treinta de un lunes? ¡Mirá cómo voy vestida! Miráme los pelos… Hay que tener sentido de la oportunidad, Sofía…
—Le estás escapando al bulto… —me dice.
—¡No! Esta es una charla cumbre en la relación madre-hija. Estas cosas pasan de noche, Sofía, cuando todos duermen, en medio de una intimidad absoluta.
—¿Por qué?
—Porque es una conversación femenina, sensible… Yo me imaginaba vestida con la blusa azul francia que usé en Navidad, la que tiene el estampado matelasé… Vos con el pijamita largo, que es fresquito… Y las dos tomando café instantáneo…
—¿De qué hablan? —pregunta el Zacarías, entrando a la cocina junto con el Caio.
Por un momento pensé que estaba salvada. Pero no. La Sofi arremete contra el padre:
—Pá, ¿a mamá la desvirgaste vos o la desvirgó otro tipo? Yo cerré los ojos esperando el ruido del cachetazo. Pero el
Zacarías pica un pedazo de queso de la heladera y habla:
—¡Yo, más bien! ¿Quién va a ser? —dice el zángano con toda naturalidad—. En un citroën 2CV… ¡Gritaba como un chancho tu madre!
—¡Joooo! —se ríe el Caio, palmeando al padre.
Yo estaba azul de vergüenza: me hubiera gustado mucho que me tragara la tierra y aparecer en el Tíbet para empezar una vida nueva. En cambio, el Nonno saca la cabeza por la puerta y agrega, levantando el índice:
—¡Il chitrone era mío!
Hay veces que quisiera una familia como los Ingalls. Lo más fuerte que le preguntó Laurita a la madre era algo sobre cómo hornear panecillos. Pero se ve que nunca tuve suerte en esta vida.