Vivir para contarlo
5m

Compartir en

Más respeto que soy tu madre

Compartir en:

Al Zacarías lo vi llorar tres veces en la vida. Cuando le dijeron que el Nacho era un varoncito, cuando les metiste el segundo a los ingleses y cuando te echaron del Mundial noventa y cuatro. 

Así que date cuenta: gracias a vos descubrí que mi marido tenía sangre en las venas. Por eso si él reza, yo rezo. Y no me importa si otra vez hay que rezar por vos. En esta casa, cuando mi marido dice que hay que prender dos velas, se prenden dos velas y sanseacabó.

Vos no sos santo de mi devoción, ya te lo dije mil veces; siempre me caíste para el culo porque sos un fanfarrón y un bocasucia. El Zacarías me dice que si me gustara el fútbol sería otra cosa, que vos adentro de la cancha eras algo que no tenía nombre, una cosa de otro mundo, que en tus mejores épocas eras capaz de enloquecer las leyes de la física y bla bla bla. Pero por ese lado a mí nadie me compra. Yo soy una señora, no entiendo y no quiero entender de pelotas y pantaloncitos cortos.

En cambio hay otras cosas que sí entiendo. Y por esas cosas rezo estas noches, pero ojo: no es por vos. ¿Sabés por qué rezo? Porque hubo momentos en los que no tuvimos nada, pero lo que se dice nada, arriba de la mesa, y vos le dabas alegría a mi familia.

Alfonsín estaba haciendo estragos, y gracias a Dios justo nos cayó del cielo un Mundial que ganaste de punta a punta. Para mí fue un invierno horrible, porque solamente podía hacer buñuelos de acelga en el almuerzo y buñuelos de acelga en la cena. Pero si hoy les pregunto al Nacho o al Zacarías qué se acuerdan de ese invierno, ellos te nombran, se llenan la boca de vos, sonríen… No se acuerdan de otra cosa; no tienen la menor idea de que pasaron hambre.

Afuera, en la puerta de la clínica donde respirás por un tubito, está lleno de periodistas extranjeros sacándole fotos a un mundo de gente que prende velas y que se pasa la madrugada recitando el rosario. A veces me da un poco de vergüenza que el resto del mundo crea que somos tan básicos, tan cabezones. Pero después me dan ganas de explicarle al mundo que nadie reza por el bocasucia, ni tampoco por el fanfarrón. Me dan ganas de explicarle al mundo qué país es este, qué pocas alegrías hemos tenido en los últimos veinte años, y que de esas pocas, casi todas vinieron con tu firma.

Con lo que nos cuesta ponernos de acuerdo en algo. Con lo que nos cuesta reírnos o llorar o gritar por lo mismo. Con lo que nos cuesta cantar «Argentina, Argentina» y al mismo tiempo sentir que el pecho se infla. Y hacer fuerza por lo mismo, y querer ser mejores, y patalear de rabia. El día de la efedrina salí a la calle y, te lo juro por mis tres hijos, por primera vez en la vida vi a todo el mundo llorando. La gente iba en silencio por la calle, arrastrando los pies, y se le caían los mocos. Todo el país desinflado y mudo. ¡Qué raros que somos!, pensé, pero me sentí orgullosa de esta sangre que era mía, porque yo también lloraba y no sabía desde cuándo.

Si hasta el Caio, que nunca te vio levantar una copa del mundo, tiene un póster tuyo en su pieza y habla de vos como si te hubiera vivido. Si hasta el Nonno te perdonó que mandaras a la puta que los parió a toda Italia en directo. Si incluso el Nacho, que odia el fútbol, sabe que vos sos mucho más que eso, y te defiende…

¿Cómo no voy a rezar para que te pongas bien?

Dentro de muchos años, los hijos de los hijos de la Sofi van a vivir en un país mucho mejor que el que tenemos ahora. Estoy segura. Y nadie se va a acordar que eras un fanfarrón y un bocasucia. En los libros de lectura se va a decir de vos solamente lo importante, que acá una vez nació un negrito que jugaba a la pelota mejor que nadie, y que era capaz de levantar a un pueblo triste y volverlo loco de alegría, de hacerlo feliz incluso en las épocas más negras. Para que no se muera ese, rezo.

Para que te cures, para que puedas descansar de todo el esfuerzo de haber sido único y te quede tiempo para ser un tipo común. Para que puedas ver a tus nietos, abrazarlos y contarles quién fuiste. Debe ser muy lindo llegar a viejo, mirar a un nieto a los ojos y decirle, con el corazón despierto: «¿Sabés quién era yo? Yo era Diego Maradona». Y estar vivo para contarlo.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)