¿Vos lo querés a papá?
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Más respeto que soy tu madre

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—A veces la miro —me decía el Nacho hace un rato— y pienso que en la panza tiene algo nuestro. Una criatura… Algo que va a atarme al mundo para siempre. Y eso me gusta… Pero también me da un escalofrío, porque no sé cómo es estar toda la vida con la misma persona.

—¿Hablás de tu hijo o de Luchía? —le pregunto.

—De Lucía, claro —y entonces me mira con miedo, y me pregunta—: ¿Cuánto hace que lo conocés a papá, que estás con él?

—¡Puf…! Más de treinta años, corazón. Más de treinta años… Se dice rápido pero son muchos.

—¿Y se puede…? Quiero decir, ¿cómo se hace para estar con la misma persona tanto tiempo? ¿Queda amor?

Y yo, que no sé nada, que no sé cómo hice para estar tanto tiempo con el Zacarías, y que posiblemente nunca sepa si queda amor —o si hubo amor—, me lo quedé mirando al Nacho en medio de la madrugada, mientras todos en la casa ya dormían, y no supe qué decir.

—Te quedaste muda.

—Sí.

—¿Vos lo querés a papá?

Con el Nacho siento que puedo hablar en serio: es de otro mundo. Siempre tuvimos una conexión extraña, nos cobijamos el uno al otro en conversaciones largas, nocturnas, cuando la familia nos enloquecía. Pero nunca habíamos hablado de esto. Cada vez que lo necesité estuvo conmigo, me dio consejos fabulosos, nunca me subestimó. Esto mismo, este cuaderno que escribo desde septiembre, fue una idea de él y me salvó la vida.

Yo nunca expliqué con detalles quién era yo un mes antes de este blog, en qué me estaba convirtiendo. «Mamá», me dijo un día, «te estás volviendo una vieja, ¿qué querías antes de conocer a papá?» Fue en septiembre del año pasado. Y yo no lo pensé: «Escribir», le confesé. Y él dijo dos palabras más: «Entonces dale».

—No importa si lo quiero a tu padre, Nacho —le digo—. La pregunta es otra… ¿Vos qué querés cuando te vas a dormir, cuando la abrazás a la Luchía?

—Estar con ella.

No hace falta decirle a un hijo lo que cuesta una familia, lo que se llora, lo que se pierde. No creo que haga falta explicar que el amor se va muy pronto y lo que queda es otra cosa, mucho más difícil de explicar… ¿Cómo se le dice a un chico que no cumplió treinta que un día te vas a despertar con alguien que ya no te desea, pero que sin embargo no serías nada sin él?

El otro día, cuando hablábamos del país, me faltó decirle al Nacho que mi país no es Mercedes ni el Sur, que me importan tres pepinos la centralización, el federalismo y la mar en coche. Que mi lugar es cualquiera, mientras me abra la puerta de casa el bruto del Zacarías.

—¿Querés estar con ella, corazón? —le digo, y el consejo más natural del mundo sale solo—: entonces dale.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)