Ya no sabemos qué inventar
4m
Play
Pausa

Compartir en

España, decí Alpiste

Compartir en:

El problema no es qué fue primero, si el huevo o la gallina. ¿A quién le importa, si las dos cosas están ricas? El problema es quién descubrió que el huevo se come. O quién fue el visionario que dijo “tomen de esa leche y van a ver qué gustito”. ¿Qué hacía alguien chupándole las tetas a una vaca? En la prehistoria, creo yo, la gastronomía y la zoofilia eran ramas de una misma ciencia.

Si te ponés a pensar, hay muchísimas cosas que comemos, hacemos y usamos a las que —hoy— no le hubiésemos descubierto la utilidad. El huevo de gallina es la que más me sorprende. Yo, por ejemplo, si fuera un señor prehistórico, me podría estar cagando de hambre que ni de casualidad me como un huevo. ¿Cómo me voy a comer un feto, y para peor viscoso? Jamás se me cruzaría por la cabeza decir:

—Mirá qué loco, Grock: si agarro este futuro pájaro, lo pongo 12 minutos en agua hirviendo, lo pelo y le echo sal, ¡es la cena!

Porque ahora todo está en las góndolas y cualquiera es guapo, pero antes había que andar comiendo cualquier porquería para encontrar algo decente. ¡La de antiguos que se deben de haber muerto mientras probaban cosas!

Porque la historia la escriben los que ganan, dijera Litto Nebbia; la escriben los que descubrieron el huevo, la leche de vaca, la ricota, la crema enjuague y los champiñones. ¿Pero qué hay del que se comió una avispa para ver si era rica? ¿Dónde está el monumento del mártir que dijo «a ver qué onda si me lavo el pelo con fuego»? Yo no he visto, bautizando ninguna calle, los nombres de estos héroes silenciosos. ¿Y por qué? Porque la sociedad es exitista.

Los grandes inventos nacieron de una casualidad, dicen los sabios, pero no es cierto. Y te ponen como ejemplo lo del lechoncito asado. Antes el chancho joven era una mascota familiar, incluso un guardián muy fiel de las fincas. Hasta que un día se incendió una casa con un chancho adentro, y nació el lechoncito asado. Para cocinar el segundo lechoncito, los prehistóricos, que eran muy básicos, tuvieron que quemar otra casa con un chancho adentro. Y así pasaron años, hasta que alguien descubrió el agua. ¡El genio es ése, el que dijo «basta de quemar las casas hasta el final, muchachos, acá les traigo una manguera»!

Hablando de fuego, otro inventor injustamente olvidado fue el que descubrió que si te ponés un encendedor en el culo —un segundo antes del pedo— te sale una llamarada. Porque ahora lo hacemos todos, tanto sea para amenizar una fiesta como para arrancarle carcajadas a la Nina. Pero hubo alguien que lo tuvo que inventar. ¿Qué estaba haciendo ese tipo, por qué andaba metiéndose un encendedor en el orto, con qué fin? Ese descubridor anónimo y desprestigiado también es un genio, mucho más que Magallanes y gente así.

¿Y el que inventó que para pedir un café —cuando el mozo está lejos— hay que levantar la mano y fingir que se está sosteniendo la nariz del hombre invisible? ¿Quién fue ese genio del hiperrealismo? O más bien: ¿quiénes fueron esos genios? Porque el camarero que vio ese ademán tan ambiguo y lo entendió como «por favor, un café», también era un adelantado para su época.

Somos animales de costumbres los cristianos, no hay duda. Casi todo lo que hacemos lo hacemos porque sí. No nos preguntamos nada. Y por eso últimamente no hay grandes inventos como antes. «Ya está todo inventado», decimos, y nos sentamos a esperar a ver qué hacen Bill Gates, o Tinelli.

Hay gente que dice que en esta época se está inventando casi todo. Mentira. No me van a comparar el huevo (esa genialidad) con el teléfono con politonos. Los inventos de ahora tienen muchos botones y lucecitas y son en apariencia muy fashion, ¿pero cuánto hace que no inventamos algo simple como la leche, la llamarada del culo o el lechoncito asado? ¡Siglos, hace!

—Algo bueno habremos inventado en esta época, che —dirán ustedes—, por ejemplo, la valija con rueditas.

Sí, es cierto; ése es el invento contemporáneo más útil, pero también es la prueba de que somos todos una manga de tarados mentales. La rueda, que yo sepa, se inventó hace como mil años, y la valija común en el 726 DC. ¡Catorce siglos estuvimos llevando las valijas en la mano, habiendo ruedas!

¿Por qué tardamos tanto en ponerle bolitas redondas a la valija, si las dos cosas separadas existieron siempre? ¿Por qué la Samsonite portátil apareció en el siglo veinte? Porque somos todos unos pelotudos y unos cómodos que ya no sabemos qué inventar para no tener que inventar más nada.

Hernán Casciari