—Viejo, ¿qué vendría a ser para nosotros la Negra Cabeza?
Mi marido chupa el mate, me mira como si yo estuviera loca y me dice:
—La sirvienta… ¿no?
—¿Cómo que la sirvienta? —digo—. ¿Desde cuándo tenemos sirvienta nosotros?
—Qué sé yo, mujer —me dice—, desde que la tomaste como sirvienta. No me escorchés que estoy leyendo…
—A nosotros nos hace falta diálogo, Zacarías Estanislao: ¡yo nunca tomé una sirvienta!
—Habrá sido el Nacho —dice el Zacarías sin darle importancia—. Y lo que nos falta no es diálogo —agrega bajito—: lo que nos falta es tema.
Me vengo como una tromba a la máquina y le mando un mail urgente al Nacho. A eso de las cinco de la tarde ya teníamos una conversación al respecto:
UNA PREGUNTITA…
Ignacio, ¿vos contrataste a la Negra Cabeza como sirvienta o como algo?
RE: UNA PREGUNTITA…
Hola viejita, ¿cómo sirvienta? No.
¿La Negra Cabeza no es la novia del Caio?
RE: RE: UNA PREGUNTITA…
Hola corazón, no, no es la novia del Caio…
Pero si fuera, ¿por qué carajo le pagamos 120 pesos a la semana?
RE: RE: RE: UNA PREGUNTITA…
¡Qué sé yo!
¡Yo pensé que le pagábamos para que fuera la novia del Caio! Pero si no es, no habría que pagarle.
RE: RE: RE: RE: UNA PREGUNTITA…
¡¡Ay corazón!! ¡me parece que tenemos a una desconocida viviendo acá desde el año pasado! Besote, Mamita.
—¡Es un escándalo! —le digo al Zacarías mostrándole el mail—. La Negra Cabeza vive en casa y tiene llave porque sí, porque ella lo decidió. Esta casa es el viva la pepa. ¡Tenemos una intrusa, una espía, y nadie se entera de nada acá!
El Zacarías me mira por arriba del diario.
—¿Te das cuenta vos, che? ¿No vas a hacer nada? ¿Quién es el hombre de la casa?
Mi marido, impávido, toma un mate y frunce el ceño.
—Claro que sí, esto es el colmo —me dice, y enseguida pega un grito—: ¡Se enfrió el agua!
Al segundo llega la Negra Cabeza desde el lavadero:
—Disculpe señor, estaba lavando… Ya le traigo termo nuevo para el matecito. ¿Desearía algo más?
—Sí —dice el Zacarías—. Bizcochitos de grasa no muy quemados y un almohadón.
—Mande señor —dice la perra, y se empieza a ir. El Zacarías me mira socarrón.
A mí se me enervan los pelos de la nuca:
—¡Negra Cabeza venga para acá! —le digo con tonito de madre cabrera. (El tonito es todo rapidito sin comas ni respiración, y con la Sofi me funcionaba mucho).
—Mande señora Mirta.
—¿Usted qué lugar ocupa en esta casa? ¿Es la novia del Caio, es empleada del Nacho, es la amante de mi suegro? ¿Qué carajo es usted?
—¿Yo? —dice, sorprendida, y lo mira cómplice a mi marido—. Yo soy la sirvienta, señora Mirta.
Me río:
—¡Nosotros no tenemos ni tendremos nunca sirvienta!
—¿Ah no? —me dice la yegua—. ¿Qué es esto que tengo en las manos, señora Mirta?
—Ropa sucia —le digo.
—¿Usted cómo me paga?
—Por semana.
—¿De qué nacionalidá soy? Me muerdo los labios.
—Diga de dónde soy, ¡Responda!
—Paraguaya… —contesto con un susurro.
—Todo dicho —me dice, y se va moviendo el pandulce—. Si me permite, voy a poner el agua para el señor don Zaca.
Mi marido hace el gesto de darse vuelta, pero lo freno justo a tiempo:
—¡Zacarías, si vos te das vuelta a mirar ese culo yo te juro que te parto la cara! —le digo.
—¡Qué carácter de mierda! —me dice y se enfrasca otra vez en la sección Deportes.
Es increíble las maneras que tiene la vida de avisarte que ya no sos tan tan pobre como antes. De que sos un poquito menos miserable… Del cielo te cae sirvienta. ¡Mirálo vos al Kirchner, qué atento!