«Yoli de Bianchetti», de Roberto Fontanarrosa
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Pausa

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De repente, la NASA advierte que una flota de na­ves espaciales se acerca a la tierra. Dos días más tarde, una voz metálica irrumpe en todos los televisores del mundo. La voz se presenta como NARUD, rey de la galaxia Minor. 

Ante el pánico mundial, el rey dice que, a través de las emisiones que viajan por el espacio, se ha ena­morado perdidamente (es la palabra que usa: «per­didamente») de Yoli de Bianchetti, conductora del programa Cocinando con Yoli que se emite de lunes a viernes en CableTV Casilda en una provincia ar­gentina llamada Santa Fe, y anuncia que se dirige a la Tierra con la intención de llevarse a Yoli a su palacio. 

Al día siguiente, periodistas de todo el mundo se instalan en Casilda. Yoli, de unos sesenta y cinco años, se muestra halagada y confundida. Dice que no entiende cómo pudo haber posado sus ojos en ella un ser tan poderoso como NARUD («en caso de que tenga ojos», dice) y después declara algo que no le cae bien a Estados Unidos: Yoli dice que está felizmente casada con Ernesto Bianchetti desde hace cuarenta años, que le agradece al rey su interés, pero que no se irá con él a su palacio. 

Después de estas declaraciones, la voz de NARUD vuelve a irrumpir en todo el mundo. El rey alienígena les advierte que su flota reducirá «a polvo» el plane­ta Tierra si Yoli de Bianchetti no se convierte en su compañera. 

La respuesta desata una polémica mundial. El Va­ticano exige que se respeten los vínculos del matrimo­nio. El mundo libre se pregunta si vale la pena des­truir el planeta para preservar el compromiso de dos habitantes. Grupos feministas califican a NARUD de «misógino y machirulo». Y Ernesto Bianchetti, espo­so de Yoli, le confiesa a la CNN que, a su edad, no esperaba tener que enfrentarse a un rey extraterrestre. 

El 14 de enero, finalmente, el cielo de Casilda se cubre de estrellas multicolores y la nave madre del rey NARUD estaciona sobre un descampado. Sobrevola­do por helicópteros militares y la TV del mundo, el soberano desciende de una rampa luminosa. NARUD es una masa amorfa cubierta con una capa brillante, pero más allá de su aspecto horrible y gomoso, emana cierta majestuosidad. 

De inmediato, el rey reclama la presencia de Yoli de Bianchetti. La cocinera, que en ese momento está a punto de grabar su programa en CableTV Casilda, lo hace esperar una hora entera, al rey. Después, antes de ir al descampado, Yoli se hace maquillar de nuevo. 

El encuentro entre los dos se produce a pocos me­tros de la nave insignia, y continúa poco después en el café La Glorieta, ubicado a media cuadra. Nadie consigue escuchar la conversación. Veinte minutos después, ante el murmullo general, Yoli de Bianchetti se retira a su casa de la calle Saavedra y el rey NARUD se vuelve solo a su nave. 

La tarde transcurre en tensa calma, hasta que al anochecer todos los noticieros del mundo muestran a Yoli de Bianchetti bajándose de un patrullero, con un bolso de mano. Flashes, gritos y aplausos escol­tan las imágenes: Yoli ingresa a la nave nodriza, sa­ludando como una reina. Un minuto después, las compuertas de la nave se cierran, la flota se pone en movimiento y, finalmente, las naves se alejan hacia la galaxia lejana. 

Esa misma noche, CableTV Casilda anuncia una emisión especial (grabada) de Cocinando con Yoli. Tras la cortina musical, pegadiza, una Yoli de Bianchetti muy seria dice lo siguiente: «En mi carácter de católi­ca y ama de casa, es mi deber no arriesgar la existencia de la Humanidad, amenazada por el capricho de un monarca despiadado. Sacrifico, lo sé muy bien, una vida de pareja ejemplar, pero la certeza de haber sal­vado a nuestra especie me alienta a seguir adelante. A mi marido, Ernesto, solo le pido que me sepa com­prender. A las autoridades del canal, que siempre me apoyaron, infinitas gracias… Buenas noches».

Los líderes mundiales respiran aliviados. Dos se­manas después, una amiga personal de Yoli concede una entrevista a la revista Pronto. Dice la amiga: «An­tes de irse para siempre, Yoli me confesó que su matri­monio con Ernesto era pura rutina. Y que había algo en el rey NARUD, no sabía muy bien qué, que le en­cantaba». Su peluquera personal, Esther, le dice más tarde a la revista Paparazzi: «Yoli era una mujer muy ambiciosa». Hacia fin de mes todo el mundo coin­cide en que «la única víctima del conflicto interes-pacial» es el cornudo del marido. 

Más tarde sube el dólar, baja el petróleo, entra un virus a China y nadie, en todo el planeta, se vuelve a acordar de este asunto.

Roberto Fontanarrosa
Una adaptación de Hernán Casciari