Para empezar, yo no podría promocionar ni mencionar la obra entre los lectores habituales de mi blog Orsai. El contrato duraría seis meses y se me pagaría el doble si nadie descubría mi identidad. La aventura comenzó el primer día de diciembre de 2006 y acabó el último día de mayo del año siguiente.
Esta historia nació, entonces, a contramano de los deseos naturales de cualquier obra escrita: era necesario que pasara desapercibida, que no hiciese demasiada alharaca en su camino novelesco. En general los textos surgen con el deseo de que se multipliquen en el boca a boca —internet es un vehículo viral—, pero en este caso lo mejor que podía pasar eran las bocas cerradas, porque el patinazo de la delación podía ser fatal.
Después de escribir tantos cuentos con mi propia voz (sobre todo de manera online) es complicado crear un registro que borre de un plumazo el estilo natural. Ya muchos lectores —por suerte— conocían mis trucos y mis inflexiones, incluso cuando intentaba disfrazarme de otra cosa con mucho empeño. Pero ese era el riesgo mayor: ser descubierto.
Para lograr ciertos visos de realidad, hice dos cosas: primero creé un falso blog que los periodistas de El País debían «descubrir» (para darle una realidad previa al personaje) y luego los editores del periódico madrileño ayudaron a crear un clima propicio de certeza. Un día antes del lanzamiento de la novela, en las páginas del diario apareció una noticia falsa, a pedido mío.
En esta pieza periodística se informaba sobre la historia de Xavi L., un enfermo mental que, tras matar a su padre, es confinado en un instituto psiquiátrico de Cataluña. Su médico, después de años de tratamiento tradicional, decide experimentar con una terapia novedosa:
—Xavi ingresó aquí con un cuadro severo de delirio —explicaba el doctor V. al diario El País—; nunca se ha querido desprender de un inofensivo garrote de plástico con el que mantiene conversaciones. La única forma de sacarlo de esta realidad paralela es ofreciéndole una guitarra, que acepta a veces, o un ordenador portátil, que acepta siempre. Me ha llamado la atención un detalle: Xavi utiliza el portátil para escribir al exterior, y en sus narraciones la desestructuración del pensamiento agudo retrocede. Cuando hace casi un año le ofrecí la posibilidad de escribir un blog y publicarlo, sus escenas esquizoides comenzaron a menguar.
Esta fue la punta del ovillo desde donde comenzar a narrar la historia. Tenía que convertirme en un loco. Para más señas, catalán. Con el fin de hacer la trama todavía más probable, fue preciso ponerle un rostro al personaje. Y entonces surgió la idea de que cada capítulo tuviese, también, un complemento en videos. Y creé un canal en YouTube. En aquella época vivía en España y no tenía demasiados amigos a los que pedirles ayuda audiovisual. Así que, luego de un breve test de cualidades esquizofrénicas, elegí a Xavier, un amigo y músico catalán lector de mi blog Orsai.
Este amigo se encargó de leer cada capítulo inédito, por las noches, y hacer un video de un minuto sobre lo que le diera la gana. Me lo enviaba por la madrugada y yo publicaba ambas cosas (mi texto y su video) a las siete en punto de la mañana. Esta práctica, que nos causó mucho placer compartir, ocurrió todos los lunes, miércoles y viernes, durante seis meses enteros.
¿Pero cómo escribir la historia? El discurso de Xavi L. no podía ser humorístico en el sentido directo del término por dos razones: porque el resultado debía ser lejanamente creíble, o probable, y, más que nada, porque cuando me pongo chistoso me convierto demasiado en mí mismo. De hecho, algunas veces resbalé y creo que nadie se dio cuenta. De todos modos, y sin que fuese yo demasiado consciente de eso, las crónicas de Xavi acabaron siendo poéticas. Tienen una cadencia sombría, supongo, pero más que nada son historias llenas de tristeza y esperanza.
Hubo, como ocurre siempre, comentaristas que sospecharon la falsedad del relato, otros que defendieron su autenticidad y algunos que propusieron con sensatez que tal debate era irrelevante. A mí únicamente me preocupaba que nadie escribiese mi apellido entre los mensajes, para que el periódico me pagara el doble al final del folletín.
Ahora que hace muchos años que no vivo en España, me sorprende haber logrado narrar con esa jerga. Y me llama la atención que, al no poder utilizar mi estilo narrativo habitual, me pongo mucho más poético, sin querer, o como escudo.
Una de las razones de publicar este libro en papel, dentro de mi colección, es justamente esa: que quede testimonio de un modo extraño de narrar, y que esas indumentarias de cartón que utilicé para ser un esquizofrénico catalán no se apolillen con el tiempo.
Que esas páginas no se pierdan depende ahora de ustedes, si tienen ganas.