Play
Pausa
Cuando cumplí diez años me regalaron el juego de química. No era un juguete como todos los anteriores que yo había tenido, es decir, no era un juguete de una pieza: el juego de química tenía alrededor de doscientas pelotudeces, una más peligrosa que la otra. Tubos de ensayo, pócimas de colores, un microscopio de verdad y hasta un cuchitril para prender fuego igualito al que tengo ahora de la fondiú.
Una tarde encontré, por casualidad en Internet, la web de alguien a quien había visto solamente una vez en la vida, y entonces le escribí: