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Pausa
A veces me vuelven a la memoria todas las noches de casino de mi vida. Los viajes a Gualeguaychú con la plata justa; ensayar mi mejor cara de mayor de dieciocho en Bariloche; mi primera vez en el aséptico casino de Barcelona, cuando todavía se jugaba con pesetas y el mínimo de chance era de cincuenta duros; los sótanos clandestinos de Santiago de Chile en los que era conveniente perder, porque si ganabas te cagaban a sopapos; la noche mágica de Punta del Este en la que —con dos monedas y mucha paciencia— levanté mil dólares en treinta minutos y los perdí en tres.