Estuvimos toda la mañana, el Zacarías y yo, como en una especie de luna de miel. Nos fuimos tempranito en la motoneta a dar la vuelta al Parque Municipal y nos quedamos tomando mate con bizcochitos tirados en un mantel y hablando de la pizzería, de los chicos y de la mar en coche. Después lo dejé en la Municipalidad haciendo los trámites de la habilitación y me vine para casa.
La Negra Cabeza se pasó el día en casa, y el asunto ya pasa de castaño oscuro. No solo me dice «mamá» como si ya fuera de veras mi nuera, sino que se está tomando atribuciones que no le corresponden, como por ejemplo andar en bombacha por el patio.
El Zacarías solamente fuma después de juntar los pelos conmigo. Es decir que el cigarro que se fumó hace un rato era de un paquete de Galaxy suaves, una marca que no se fabrica desde que existía la UCR. Y claro, le cayó mal y tuvo que salir corriendo para el baño haciendo arcadas. Yo me quedé en la cama, relajada como esa gente del Tíbet, toda despatarrada, con el peinado hecho un asco y con un sentimiento de paz que la última vez que lo tuve fue cuando fuimos a ver al Papa a Luján.