El amor nace en las tripas pero se hace mayor de edad en la cabeza. Por ejemplo, yo estoy mucho más enamorado de Francisca cuando pienso en ella que cuando por fin la veo. Cuando la veo (ayer la vi) me laten todos los órganos: el corazón marca el ritmo de la batería, el hígado hace sonar las maracas, los pulmones tocan el clarinete y el páncreas las tumbadoras. A los intestinos los mantengo en silencio porque suelen hacer un ruido rancio.
Cuando ocurre algo que nos llena de vergüenza o de humillación, la frase típica es «trágame tierra». Pero como yo creo muy poco en los milagros geológicos, cuando algo me da vergüenza solamente pido que se corte la luz. La oscuridad como escudo es igual de eficaz que un terremoto, pero mucho más probable (por lo menos en los países mediterráneos). En vez de «trágame tierra» yo suplico «córtate electricidad» o, si estoy en el patio «eclípsate, sol». Casi nunca pasa nada, pero siempre tengo a mano el plan B: «Abajo, párpados». Este último funciona siempre.