Ayer en la sobremesa el Nacho y la Luchía nos dijeron que no pensaban casarse, que no les hacía falta, y yo me sorprendí de mí misma cuando les dije «me parece bien». Siempre sospeché que estaba en contra de que la gente se junte, sin papeles, pero a esta altura de la vida me importa un pepino, mientras el nene sea feliz.
Ya estoy cansada de escucharlos putear día y noche, a mi marido, a mi suegro, a los chicos... Son unos bocasucias. ¿No hay otras maneras de decir las cosas, digo yo? No se puede ir puteando por toda la casa a cualquier hora. Pero es en vano que les diga nada, porque la culpa no es de ellos, es de los tiempos.
Mi marido y mi suegro siguen peleados entre ellos, y últimamente hay mucha tensión en casa. Yo no sé si están reviviendo sus broncas de antes o algo, pero en vez de hablarse se ladran, y cuando pasan uno al lado del otro ni se saludan.
Ya tenemos el local y la semana que viene nos mudamos. Resumo porque estoy excitada: vendemos esta casa y mi suegro la suya; compramos una casa con local al frente en avenida Cuarenta casi esquina Quince, nos vamos a vivir todos ahí y trabajamos en la pizzería.
Después de que Mirta pasara horas leyendo blogs, es asaltada por una curiosidad: ¿querrá el Zacarías someterse un experimento sacado de internet?