Anoche el Zacarías se acostó chinchudo, me miraba de reojo y no me dirigía la palabra. Le pregunté qué le pasaba y me pone cara de carnero degollado:
—¿Qué me pasa? Que cuando está ese cocinero gilastrún movés el culo y te reís fuerte, eso me pasa —dicho lo cual me da la espalda en la cama.
El Zacarías solamente fuma después de juntar los pelos conmigo. Es decir que el cigarro que se fumó hace un rato era de un paquete de Galaxy suaves, una marca que no se fabrica desde que existía la UCR. Y claro, le cayó mal y tuvo que salir corriendo para el baño haciendo arcadas. Yo me quedé en la cama, relajada como esa gente del Tíbet, toda despatarrada, con el peinado hecho un asco y con un sentimiento de paz que la última vez que lo tuve fue cuando fuimos a ver al Papa a Luján.