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Pausa
Era diciembre, yo tenía una novia nueva, flamante, y alquilamos una casa de fin de semana en Montevideo. Elegí esa casa por Airbnb, la elegí lejos del centro y me equivoqué, porque justo me infarté en el living de esa casa, y el primer hospital estaba en la concha del mono, lejísimos.
La cosa más ridícula que conservo desde los dieciocho años es la llave que abre la puerta de mi casa. Es lo único que no he perdido. Y también lo único que no he podido usar. Además de eso, lo he perdido todo: mi carné, mi carpeta de dibujos, mi primera chaqueta buena, mi billete de la suerte (era un dólar), mi maquinilla de liar cigarros y mis naipes Fournier edición de oro. El doctorcito V. sospecha que también he perdido la razón, pero eso no es un objeto.
La Negra Cabeza tiene los días contados en casa, porque ya se está pasando de castaño oscuro. Y no es solamente porque sea media bruja y crea en todas las supersticiones (yo también soy creyente): el problema es que es exagerada con sus manías de la mala suerte, y además viene con las tradiciones paraguayas, que son completamente distintas que las de acá.