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Pausa
¿Por qué razón un padre de familia decide, en un momento determinado de la Fiesta, ponerse una corbata en la cabeza y arruinar años y años de ahorros e ilusión? ¿Qué titiritero invisible lo obliga? Ese es un misterio que deberían estudiar los científicos, en vez del mal de chagas.
Cumplí mis primeros quince años en el medio de la dictadura de Onganía. Mi papá, imprentero y comunista (que es una mezcla muy fea), había tenido que desaparecer del mapa un tiempo, y mi mamá andaba llorando tanto por los rincones que no tuvo tiempo ni de acordarse que ese diecinueve de diciembre era el día en que yo me hacía señorita.
Mientras no estuvimos en Mercedes, creo yo, el Caio, el Nonno y la Sofi anduvieron haciendo fiestas nocturnas sin permiso. Yo me lo venía olfateando, pero esta mañana ya encontré pruebas irrefutables. Fue justo cuando quise alcanzar las chancletas abajo de la cama. El grito que pegué despertó a toda la casa:
La noche del 27 de diciembre de 2001, una semana después del caos, ya habíamos tenido cuatro nuevos ex-presidentes, y yo buscaba con desesperación, en Barcelona, un bar con TV satelital para ver a Racing salir campeón en un país que se estaba cayendo a pedazos.