De los treinta y dos internos que estamos aquí, once se han ido a pasar el fin de año con sus familias. El hospital, además de frío, parece ahora rasurado, como las ovejas después de que las esquilan para quitarles la lana. Las ovejas rasuradas siguen siendo las mismas, pero parecen otras, más pequeñas, más desprotegidas. El hospital también. El doctorcito V. y la enfermera Sara (los únicos cuerdos amistosos) se han despedido de nosotros hasta el día dos de enero. Estoy casi solo. Casi hundido. Tan desganado que no se me ocurre siquiera escapar por el muro bajo.