Durante los felices años en que muy pocos teníamos una PC y una impresora, siempre llegaban a casa amistades sin trabajo con un lastimoso pedido de auxilio: "¿No me hacés un currículum, vos que tenés computadora?". A mí me fascinaba hacer estos favores porque nunca, ni siquiera en Orsai, tuve la oportunidad de mentir con tanta soltura y sangre fría como en las épocas en que mi oficio era el de componer, con pasión y paciencia, la vida de otras personas.