El último chupete de mi vida era azul, estaba agujereado de mordiscos, y fue mi primer objeto perdido. Lo dejé caer en la calle, convencido de que ya era grande y que se podía ir por la vida sin chupar goma mojada.
La cosa más ridícula que conservo desde los dieciocho años es la llave que abre la puerta de mi casa. Es lo único que no he perdido. Y también lo único que no he podido usar. Además de eso, lo he perdido todo: mi carné, mi carpeta de dibujos, mi primera chaqueta buena, mi billete de la suerte (era un dólar), mi maquinilla de liar cigarros y mis naipes Fournier edición de oro. El doctorcito V. sospecha que también he perdido la razón, pero eso no es un objeto.