Más o menos a esta hora, quince años atrás, yo estaba pariendo por última vez. Pero no recuerdo esa época con alegría. La Sofi llegó al mundo sin que la buscáramos, pero lo peor es que además vino en el peor momento de la Argentina.
Cumplí mis primeros quince años en el medio de la dictadura de Onganía. Mi papá, imprentero y comunista (que es una mezcla muy fea), había tenido que desaparecer del mapa un tiempo, y mi mamá andaba llorando tanto por los rincones que no tuvo tiempo ni de acordarse que ese diecinueve de diciembre era el día en que yo me hacía señorita.
Ayer la Sofi lo trajo al Pajabrava, su noviecito nuevo, a tomar la leche a casa. ¡Un susto tenía ese chico! Se conoce que el carácter del Zacarías debe ser famoso en el barrio. Así que el chico entró, despacito, colorado como un tomate, y se quedó quieto al lado de la nena.
El Caio y la Sofi no habían nacido. El Nacho tenía ocho años. Zacarías y yo vivíamos en la casa de la Veintinueve bis, al fondo, casi tocando al parque. Ese día de hace veinte años amanecía con un calorcito parecido al de hoy, con esos vientos del sudeste, húmedos, que presagian la llegada del verano y de las Fiestas. Mi marido y yo éramos más jóvenes, juntábamos los pelos dos veces por semana, y yo a veces pegaba grititos.
Esta mañana el Zacarías se encontró en la calle una caja llena de casetes de los de antes, se puso a revolver a ver si había algo bueno y se trajo cinco: Iva Zanicchi, Serrat, Rosanna Falasca y dos de popurrí de boleros de los Cava Bengal.