Hay dos clases de miserables que te tocan el timbre antes de las nueve: los vendedores y los cobradores. Sólo se diferencian en que los cobradores no sonríen cuando les abrís. El que me tocó el timbre ayer era un vendedor. Tenía esa sonrisa amable que pide a gritos una trompada. Yo, en piyama, no tuve reflejos ni para cerrarle la puerta en la nariz. Entonces él sacó una planilla, me miró, y dijo algo que no estaba en mis planes.