Los periódicos gratuitos de Europa —esos que se reparten en las bocas de subte— ya parecen folletos navideños; las noticias son cada vez más cortas y pierden profundidad; se echa mano a becarios y estudiantes de periodismo para conseguir contenidos con sueldos bajos; se comienzan a utilizar fotografías de agencias para no tener fotógrafos en plantilla; se publican cables textuales, sin redacción…
Y a la vez que todo esto ocurre, se señala a internet como el culpable. Mientras ocurre el aparente apocalipsis del papel, una revista francesa rompe todas las previsiones en la era de internet y se convierte en un éxito de ventas.
La revista se llama XXI (como el siglo de la debacle). Se publica una vez cada tres meses y cuesta quince euros. El dato más interesante es que este magazine de papel no tiene publicidad. Ni una sola. Se trata de un mamotreto de algo más de doscientas páginas con reportajes y entrevistas muy extensas, fotografías de autor, ilustraciones de vanguardia y cómic, mucho cómic. En algunos pasajes nos recuerda a la maravillosa Co & Co (que dirigió en los ’90 Héctor Chimirri, y después Juan Sasturain, para España y Argentina). Todos los contenidos de XXI se ofrecen en papel y absolutamente ninguno en la web. El último número de la revista, el octavo hasta ahora, se editó el mes pasado con 47.000 ejemplares y se imprimieron más hace unos días, cuando se agotó; varios números anteriores ya han sido también reeditados. La revista es, según encuestas, la más vendida en las librerías francesas. Su redactor jefe, Patrick de Saint-Exupéry, trabajaba antes en Le Figaro y, según él, no soportaba ajustar sus artículos a un número limitado de líneas. La creación de XXI, en enero de 2008, respondió justamente a eso: reivindicar el periodismo de investigación. El mismo que la prensa tradicional está perdiendo a causa de internet. O, en realidad, por querer parecerse a internet.
«La batalla para el futuro de la prensa se libra en el contenido, así de sencillo», dice Patrick de Saint-Exupéry, el creador de la revista francesa, y tiene más razón que un santo. Ahora que la primera década de este siglo está por acabar, la época marcada en los libros como diez años confusos, en donde el papel quiso ser monitor, y se equivocó. El monitor es breve y superficial, es veloz y pizpireto. Hace falta un papel solvente, unos periódicos que siempre sean dominicales, con reportajes que se puedan leer en cuatro tardes. Se acaba el año, viene una nueva década. Y Francia, otra vez, nos indica el camino de las letras.