Charlas con mi hemisferio derecho
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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Conocí a mi hemisferio derecho de pura casualidad, una tarde desesperada del año noventa y nueve.

Mi vida era un caos. Hacía más de seis meses que yo no podía escribir un cuento decente; ya no sabía qué hacer. Fue el bloqueo literario más grande de mi vida (duró un montón) y también fue la única vez que pensé, con terror, que capaz yo no había nacido para escribir. Año 1999, yo estaba a punto de cumplir treinta.

Me acuerdo de que había intentado todo: escribir un cuento por el final, empezar una novela por el medio, dictarle ideas a una grabadora, escribir drogado, escribir sobrio, escribir en bares, mantener una rutina de monje (el escritorio todo vacío), escribir en bolas, escribir parado y en una pata, en Olivettis viejas, en libretones, escribir con caligrafía de maestra rural, con cinco dedos, con tres dedos…

No me funcionaba nada. No me salía un carajo: ni un cuento, ni la idea de un cuento. Nada.

Entonces un sábado pasó algo. Yo estaba mirando un documental del Discovery sin darle mucha bola. Hablaban sobre los hemisferios del cerebro: «El hemisferio izquierdo —decía el locutor— es lógico y procesa la información de manera lineal; el hemisferio derecho es holístico y procesa la información de manera global».

No sé si las frases eran exactamente así, pero más o menos.

Cuando escuché esto me saltó una alarma interna, como si mucho tiempo antes yo hubiera puesto un sánguche al microondas y después me hubiera olvidado de tener hambre. De repente tuve una certeza: supe que mis dos hemisferios del cerebro no se hablaban. Lo supe instintivamente.

Por algún motivo, desde el principio de mi crisis literaria yo estaba funcionando solamente con el izquierdo. Hay gente que vive con un riñón, o con un brazo; pero ellos lo saben. Yo estaba viviendo con medio cerebro y no me había dado cuenta.

Cuando en mi vida las cosas están en orden, adentro de mi cabeza hay una conversación permanente. Es un estado mental, es una especie de ritmo.

Por ejemplo, yo camino hasta la heladera, abro la puerta y escucho dos voces internas. Una dice: «¿Tenés ganas de que nos comamos este yogur, gordito hermoso?». La otra dice: «Y bueno, dale, pero pongámosle corazón de dulce de leche». Así son mis pensamientos naturales cuando la vida me sonríe.

En cambio, cuando estoy en crisis, el fluir de la conciencia es un monólogo oscuro. Un monólogo de mierda. Voy caminando a la heladera, cuando estoy en crisis, abro la puerta, miro los productos y una voz sola me habla, me dice: «Dejá de comer yogur, gordo hijo de puta, ponete a escribir, estás hecho un chancho, hace medio año que no se te ocurre una idea, vas a reventar como un sapo». ¡Eso me habla!

Desde hacía unos cuantos meses yo solamente escuchaba esa voz, ese monólogo. Ni noticias del diálogo divertido de un hemisferio al otro. ¿Era esa mi crisis literaria?

Apagué la tele y busqué un cuaderno. Sobre la mesa había dos lapiceras, una negra y otra azul. Agarré la negra, abrí el cuaderno y quise escribir con mi hemisferio derecho. Con el hemisferio mudo, con el ausente, con el que me había abandonado.

«A ver, ¿qué le pasa?», escribí. La frase salió en mayúsculas. Eso me sorprendió. También me sorprendió la ausencia del tuteo: «A ver, ¿qué le pasa?».

Me quedé mirando la hoja, sin respirar, porque el hemisferio derecho había hablado.

Entonces dejé sobre la mesa la birome negra y agarré la azul. Escribí en minúsculas, con mi letra de siempre: «Lo que me pasa es que no puedo escribir. Me siento y no me sale nada».

Me quedé quieto, sin pensar en nada. Mi mano soltó la birome azul y agarró otra vez la negra. Yo no tenía la menor idea de lo que iba a escribir.

«¿Es solamente una crisis creativa o esconde algo más?», me preguntó el hemisferio derecho, en mayúsculas, y mi corazón empezó a latir.

Ese día, juro por mis hijas, empecé a escribir.

Hernán Casciari