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Pausa
Conocí a mi hemisferio derecho de pura casualidad, una tarde desesperada del año noventa y nueve.
Hace unas semanas estuve en Barcelona, visitando a mi hija, y vi a siete policías pegándole a un negro que vendía carteras falsas en una manta, en Las Ramblas. El pobre negro vendía carteras justo enfrente de la vidriera de Dolce & Gabbana, donde se vendían las originales. Es muy loco. En la vidriera de Dolce & Gabbana hay carteras chiquititas, de cuero, a ochocientos euros. Y a veinte metros, en la vereda, los inmigrantes marroquíes venden unas idénticas, pero idénticas, a quince euros.
La primera vez que vi a un famoso fue en Mar del Plata. Yo tenía nueve años y ella era Verónica Castro. Estaba cenando en el mismo restaurante que nosotros.
Cuando Joe DiMaggio se separó de Marilyn le vendió a un tal Richard Poncher uno de los nichos donde la famosísima (pero efímera) pareja pensaba descansar en paz.
En el ángulo noroeste de mi habitación, en diagonal a mi cama, hay una cámara de vigilancia de la marca Panasonic. Es negra y persistente como un remordimiento; sigilosa y entrometida como una suegra que sospecha algo; memoriosa y tosca como una elefanta. (Hoy, queridos amigos, me va la metáfora). Esta videocámara está empotrada con tres tornillos en el marco de la puerta y sirve en teoría para que las enfermeras, o quienes estén a mi cargo, sepan siempre, a cada minuto, lo que estoy haciendo cuando no pueden verme con sus propios ojos.
Aun antes de poner un pie en el hospital, algunos internos vienen precedidos por el rumor de la fama. Ocurre de tanto en tanto, y las enfermeras se ponen tensas y cuchichean en voz baja: «¿Has visto en el periódico a ese que ha matado a toda su familia con una trincheta? Pues dicen que lo traen para aquí». A nosotros no nos avisan de nada, pero nos damos cuenta por el nerviosismo que se respira en todos los rincones. Se trata de los locos mediáticos, los que salen en la prensa antes de llegar.
De las tres personas que más daño le hicieron a este país, resulta que dos son del pueblo. ¿Se acuerdan de la Junta Militar del setenta y seis? De esos tres hijos de puta, Videla y Agosti nacieron acá, a tres cuadras. Siempre tuvimos eso atorado en el cogote, y cada día intentamos limpiar nuestra imagen.