Me gustan esas voces que parecen salidas desde adentro de un frasco de mayonesa, y me gusta que la gente tenga muchísimos nombres.
Yo no me llamo Xavi en mi culebrón, sino Javier Fernando. Soy un poco más alto, un poco menos gordo, y mis ojos verdes no son verde mar sino verde terciopelo.
Estoy enamorado de Francisca Dorotea, que es virgen, tiene los labios grandes y un vestido celeste. Francisca Dorotea es la hermana del malvado Osvaldo Gelatinas de la Cruz, que usa el bigote muy pequeñito para que todos sepamos que es muy muy malvado, y que bebe whisky a todas horas. A veces también se ríe fuerte porque sí.
Mi mejor amigo es el doctorcito Ernesto Dagoberto V., que siempre me aconseja bien y usa ropa clara y tiene una motoreta de alta cilindrada. También tiene un mayordomo gracioso y una novia que de tan tonta es adorable.
Yo estoy encerrado por error en un psiquiátrico, y Francisca Dorotea no lo sabe, por eso se ha dejado seducir por un capataz de los cafetales que no la ama, solo quiere que ella le dé treinta hijos varones para hacer un equipo de béisbol con titulares, suplentes, directivos y el núcleo ultra de la afición.
Me gusta pensar que mi vida es un culebrón, porque sería una vida intensa que iría de lunes a viernes de tres menos cuarto a cuatro de la tarde y después te puedes quitar el maquillaje, te puedes quitar tus muchos nombres y puedes irte a hacer tu tercera vida, o a hacer un anuncio de champú.
Pero lo mejor de todo es que cuando eres el protagonista de un culebrón, lo más probable es que tu madre no sea tu madre.
Y a mí eso me hace mucha ilusión.