Las universidades están llenas de locos sueltos, y los hospitales están llenos de cuerdos encerrados. Es el yin y el yang, el equilibrio de las especies desequilibradas.
Me he quedado varias horas viendo por la tele el asunto del surcoreano desequilibrado que mató a sus compañeros de estudio. Después he salido al patio a respirar.
¿Qué pasaría aquí, en el hospital, si hubiese armas de fuego, si fuese fácil conseguir una? Yo creo, con la mano en el corazón, que la primera desgracia sería que una enfermera dispararía contra uno de nosotros, y no al revés. No nosotros a ellas. No nosotros.
A veces ellas llegan desde la calle de un humor extraño, como si fueran las enloquecidas y nosotros estuviésemos aquí esperándolas para calmarlas. Yin y yang, la vida puede ser lo contrario de lo que parece.
En ocasiones, durante las charlas privadas con el doctorcito V., él se desinfla y me cuenta su vida, que es gris y solitaria, y unas pocas veces se ha puesto a llorar enfrente de mí, y después me ha pedido disculpas. Y en ese momento el equilibrio ha estado de mi lado. Yin y yang.
Al surcoreano lo dejó la novia, o le fue infiel. Y entonces él la mató de un tiro. Después mató a quien se interpuso en su camino hasta la calle. En un país más equilibrado, el surcoreano no podría tener un arma en una universidad. Pero aquello no ocurrió en un país equilibrado. Yin y yang.
A nuestras enfermedades mentales las llaman de muchas formas, pero la manera más diplomática es decirles «desequilibrios». Allí entran todas, sin distinción de razas o credos.
Y nosotros, los usuarios, somos unos «desequilibrados », es decir que no podemos hacer pie, no logramos caminar por la fina cuerda de la vida sin tropezar o caer al vacío.
Los cuerdos hacen malabares: para llegar a fin de mes, para amar y ser correspondidos, para vivir en un mundo hostil. Nosotros tratamos de hacer equilibrio en nuestra locura interna.
Malabares y equilibrios. La vida es un circo pobre y el único payaso, muchas veces, está armado hasta los dientes.