El fantasma del regimiento 6 y otras leyendas
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Más respeto que soy tu madre

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Gracias a Dios el Nacho se salvó de la conscripción, porque justo ese año Menem la puso voluntaria. El Zacarías siempre dice que si la hubiera hecho no habría salido tan puto, pero yo creo que si me lo ponían al Nacho un año entero con un montón de soldaditos, hoy por hoy en vez de futuro padre sería travesti.

Pero el verdadero problema de la conscripción es que acá en Mercedes corría un rumor que siempre me dio un terrible cagazo: se cuenta que cuando los soldaditos hacían imaginaria en el Regimiento 6 (el que está saliendo a la ruta) de noche, en medio del invierno, se les aparecía la Madre Muerta que Había Perdido a su Hijo en un Pozo Ciego.

Esta mujer había vivido ahí cuando todo era campo, y una tarde el hijito se le cae a un pozo y ella, pobre santa, se suicida. Desde entonces, el fantasma se aparece de noche por el Regimiento, justo a la hora en que los soldados hacen guardia solitos. Y les dice unas cosas de lo más horribles.

Muchos conscriptos de Mercedes la vieron, y algunos incluso se murieron de un infarto, porque se conoce que esta mujer, además de fantasma, era más fea que agarrarse los dedos con la puerta.

Pero hay leyendas más cercanas: en el barrio se cuentan muchas cosas sobre la vieja Monforte. Una es que tiene una banda de gatos ladrones (comandada por Fainá, un felino espantoso que a veces lo mira al Cantinflas desde la tapia con ganas de matarlo).

Pero la más truculenta de las leyendas dice que la vieja Monforte es una de las trillizas Legrand, la más desconocida de las tres. Eso se ha comentado siempre, desde que tengo memoria, y a la Sofi le pone los pelos de punta, porque se piensa que la palabra «trilliza» es algo de tres cabezas.

La gente de otros barrios —se conoce que por envidia— lo desmiente diciendo que las Legrand son mellizas y solamente dos. Por eso nosotros, que nos encanta tener gente famosa aunque sea de incógnito, siempre aclaramos que la vieja es «la más olvidada».

Lo que sí es seguro es que todos los mediodías, la vieja pone platos de más en la mesa y almuerza con su hermana y los demás invitados, mirando fijo el televisor, y a veces acotando cosas en la charla. El Caio, en una época, se subía por la claraboya y se pasaba la tarde mirando ese espectáculo, que para mi gusto es más bien tétrico.

Según el Nonno, que está en el barrio desde antes que nosotros, la familia Legrand la abandonó cuando era chica, porque la vieja Monforte había salido la más morochita de las tres. Ahora ya es tarde para preguntarle nada a la vieja, porque te escupe. (En eso no se parece mucho a las hermanas).

La leyenda más reciente no es, por ser nuevita, menos inquietante. Y es que nunca, pero nunca, lo vimos al Borjamari en la carnicería, ni en el almacén, ni en el Coto, ni en ninguna parte donde vendan comida. Ese dato, acompañado de que es propiamente un chancho, ha hecho correr la bola por todo Mercedes de que el funebrero se alimenta únicamente de carne humana.

La gente que vive cerca de la funeraria incluso es capaz de dar información más fidedigna: cuentan que se come pedazos enteros de los pobres fiambres —más que nada las piernas y las papadas— y que después los viste con polera para que la parentela no se avive que al difunto le faltan partes. También se habla mucho de que tiene recetas muy rebuscadas y que a todo le pone mucha albahaca. Pero eso ya es hablar por hablar.

Nachito, cuando fue novio del Borja, jura y perjura que el chico come mucho, sí, pero cosas normales; pero una siempre prefiere creerles a los que te cuentan cosas más fuera de lo común. El Nachito es un sol, pero muy poco fantasioso en el terreno del chisme de barrio.

Yo, Dios no lo quiera, cuando me muera voy a pedir que me incineren. No sea cosa que un día acabe en la boca de ese muchacho. Como tanta gente muerta.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)