El miedo
3m

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Seis meses haciéndome el loco

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El miedo es un animal dormido que tengo dentro, un animal blanco y desconfiado (parecido a un oso polar) que duerme de día y se despierta de noche. Mi miedo se despierta cuando hay relámpagos en el cielo, o cuando chirría el portón del patio, o cuando la sombra de la ropa mal doblada se refleja en la pared con la forma de mi padre. Su perfil, su mano en alto, su boca abierta. 

Cuando yo era niño mi miedo era un oso panda, pequeño y dócil, pero casi no dormía. Siempre lo llevaba despierto dentro de mí, moviéndose inquieto, haciéndome cosquillas feas. Era una mascota no deseada. Un cachorro insomne. 

—Mama, tengo miedo. 

—¿Dónde, Xavier? 

—Aquí, en la barriga. 

Mi madre nunca me preguntaba «de qué tienes miedo, Xavier». Tampoco «a qué», y mucho menos «a quién». Ella también tenía su oso panda en la barriga, o su hipopótamo, quién sabe. Ella tenía mucho miedo de preguntar «a quién le temes, hijo mío». Mi madre tenía miedo de que yo pudiese decirle la verdad. 

Mi padre casi nunca estaba en casa, entonces mi oso panda vivía pendiente de la puerta del garaje. De ese sonido ingrato de metal que indicaba su regreso. Cuando mi padre no estaba en casa, mi oso panda caminaba por mi estómago nervioso, alerta y molesto. Cuando mi padre por fin llegaba, mi oso me arañaba la barriga y comenzaba a gritar de terror. 

Es horrible tener ocho años, tener diez años, ser tan pequeño, y guardar dentro una mascota enloquecida, con sus uñas largas y sus dientes afilados, rascando las paredes del estómago para salir a aullar afuera. 

Yo creo que mi padre tenía dentro suyo, en su estómago, un domador de animales. Su miedo era poderoso, su miedo tenía pantalones grises abombados, un bigote de circo, un látigo en una mano y una silla en la otra.

Cuando mi padre me golpeaba yo no corría, no escapaba. Lo que hacía era convertirme en piedra: me abrazaba las rodillas con los brazos y me quedaba en el suelo con la espalda en alto, como un caparazón, como una piedra grande, y trataba de proteger a mi oso panda. 

Entonces me imaginaba que no éramos mi padre y yo, sino su domador y mi oso, su miedo y el mío, los que luchaban y se hacían daño.

Todos tenemos dentro un miedo que está vivo. A veces es un oso pequeño, a veces un hipopótamo ciego, a veces un domador infeliz. Nuestro miedo duerme y despierta, pero no solo hace eso: también crece. En ocasiones crece mucho y se hace gigante. 

La tarde que mi padre dejó este mundo, mi oso ya no era panda sino polar y pudo salir de mi estómago a ayudarme. No hubieran podido con él ni media docena de domadores entrenados. 

Mi oso polar aulló solo una vez. Después se metió dentro de mí y se quedó dormido. Por primera vez en su vida, hibernó.

Nunca había sido panda, mi oso. Esos círculos negros eran sus ojeras de insomnio.

Xavi L.
(Personaje de una novela de H. Casciari)