Por eso cuando mi médico me dijo que me quedaba poco, empecé a ahorrar para que pudiera poner su negocio. Sin sus padres desde los trece, sin su tío ahora, sin otra familia… ¿Qué iba a ser de la vida de ese chico?
Mi idea era llegar a los treinta mil, quizá a los cincuenta mil dólares, pero la metástasis fue más veloz de lo previsto. No quise que me viera así, y le pedí a los médicos que le avisaran cuando ya no hubiera remedio.
Fue todo muy rápido. Tanto, que nunca llegué a decirle dónde guardaba esos ahorros que eran para él. Pero no me importó porque yo los había escondido bajo el sofá cama de la casa de la costa, en dos bolsas de plástico. Eran un poco más de veinte mil dólares y seguro un día los iba a encontrar, porque la casa también estaba en la herencia.
Acá tengo que detenerme. Me llamo Manuel y estoy muerto. No me importa si me creen o no. Yo les estoy contando esto, créanme si piensan que hay algo más. Y si no, escuchen esto como si fuera una fantasía. Escuchan tantas mentiras en la radio…
Pero la verdad es que algunos muertos estamos acá, entre ustedes. No todos. Los que nos queremos quedar. Muchos otros prefieren cambiar de plano, rápido, y hacer su muerte en otra parte. Yo elegí quedarme. Ver a Lucas crecer, ayudarlo de alguna manera. Es muy complicado ayudar, porque casi no tenemos nexos.
Los nexos son los vivos que nos pueden ver, y a veces escuchar, o sentir nuestra presencia. Los mensajeros. Actualmente es menos del 1% de la población viva. Los nexos son personas que nacieron entre las semanas 26 y 29 de gestación, son una clase especial sietemesinos, hay algo en el cerebro que no se les termina de formar y hace que puedan percibir este plano. Esas personas, muchas veces sin reconocernos, nos ven por la calle, o donde sea que esemos.
Algunos de estos sietemesinos, cuando crecen, lucran con la mensajería (ustedes los llaman médiums, nosotros les decimos nexos), pero la mayoría ni se da cuenta, y otros confunden las visiones con alguna clase de enfermedad mental y entonces se medican. Actualmente hay más de 25 medicamentos que anulan las visiones; 11 son de venta libre.
Igual, eso es mejor que lo que pasaba antes. Hasta hace poco más de un siglo las personas que veían el segundo plano iban derecho a la hoguera, primero; linchamiento colectivo, después; y hasta hace poco electroshock y manicomio. Así que mejor empastillarse.
Pero no me quiero ir por las ramas. Solamente les quiero contar que un día, a los tres años de muerto, yo estaba en la casa de la costa y Lucas llegó, y le escuché decir por teléfono que la iba a alquilar, y que quería tirar a la basura el sofá-cama.
¡Lo que me había costado juntar esos veinte mil dólares para él! ¿Cómo es posible que en tres años nunca hubiera traído a algún amigo para abrir el sofá? Con solo abrirlo hubiera descubierto el dinero. Su dinero. Su futuro.
Estaba alquilando la casa porque ya no le quedaban ahorros. Así que, a la semana, llegó una familia a pasar las vacaciones: padre, madre y dos chicos. Una de 16 y un nene de 12. Yo no suelo quedarme en la casa cuando hay desconocidos, así que salí a la puerta. Y ahí estaba yo, en la vereda, cuando, al bajar del auto, el chico me miró. Fue fugaz, pero supe que era un nexo.
¡Ah, qué alivio, un nexo! Yo no sabía si esa familia le iba a devolver el dinero a Lucas, pero hice que el chico encontrara los billetes. Era eso o que mi sobrino tirase el sofá a la semana siguiente.
El chico de doce años se llamaba Daniel. Debe haber creído que yo era el casero, o un vecino, porque le susurré desde la vereda, antes de que entrara: «Pedite el sofá cama, es lo más cómodo de la casa, y nadie lo quiere usar nunca».
Y esa misma noche el chico encontró el dinero. Fue muy divertida la escena. Los vi y los escuché. La madre y la hermana querían quedarse con la plata. La hermana entró a internet y supo que yo, el dueño, estaba muerto. Entonces, la madre dijo «si está muerto, nadie va a reclamar». Pero ahí fue el chico el que insistió. Lo miró al padre y dijo: «Esta plata tiene que ser de alguien, papá, no es plata nuestra».
El padre le hizo caso al hijo y finalmente encontraron el teléfono de Lucas, de mi sobrino, quien les había alquilado la casa, y le devolvieron todo el dinero. Yo no les puedo explicar el alivio que sentí. Volví a creer en los vivos, gracias a ese padre y ese hijo que insistieron en devolver lo que no era suyo.
Cuando después de quince días de vacaciones se fueron, yo estaba en la puerta. Nadie me podía ver, excepto Daniel. Él me miró de nuevo, sin decirme nada, y yo le hice una venia. Y le dije: «Para lo que necesites».
Y se lo dije en serio, pero no sé si me entendió. Los nexos a veces nos nos escuchan con interferencias, o nos ven desaliñados, como arenosos.
Por eso no sé si él se dio cuenta, años después. Porque me miró raro cuando entré.
Sentí que le estaba pasando por algo horrible y me presenté a su lado. Él estaba más grande, muerto de miedo, en la sala de esperas del Argerich. Le pregunté casi por intuición: «¿Es tu papá el que está adentro?». Me miró con extrañeza, porque los nexos nos ven diferentes, y me dijo que sí.
Entré a cirugía, reconocí al papá de Daniel, al hombre que también había tomado la decisión de devolverle el futuro a mi sobrino, y lo toqué muy despacio, impidiéndole pasar a este plano. Cuando vi que todo estaba en orden, salí del quirófano.
Daniel estaba ahí, esperando noticias. Con fe y con dignidad. Como cuando años antes le había dicho a su padre: «Esta plata tiene que ser de alguien, papá, no es nuestra».
Pasé por su lado y le dije: «Tu papá va a estar bien».
Y creo que, durante un segundo o menos, entendió quién era yo.