Haiku
5m

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Que te recontra reloj

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Gustavito tenía once años y escribía haikus y poemas cortos. Eran textos malísimos, sin ningún valor ni métrica, pero toda la familia (que tenía muy poca lectura) creía que Gustavito era un genio.

Una de las poesías más aclamadas por la familia era un haiku (esos breves poemas japoneses) y por lo tanto los parientes se sorprendían y le pedían siempre ese, cuando llegaban visitas. Entonces Gustavito se subía a un taburete y recitaba: 

«Voy en moto y reboto como un peloto».

Primero se hacía un gran silencio y después la madre empezaba a aplaudir, y ahí todos aplaudían. Los padres y los abuelos, y a veces unos primos de Chivilcoy que venían, creyeron siempre que Gustavito era prodigio.

Una mañana de primavera de 1978 su abuela le recortó una nota del diario del pueblo. Había un concurso de poesías para jóvenes nacidos en Bragado. El tope de edad: veintiún años. Gustavito se emocionó, porque todas las poesías, además, serían publicadas en el suplemento del domingo, pero sus padres se negaron.

—No, hijo… Tenés once años, Gustavito, los de veintiuno seguro que ya saben escribir poesías más largas que las tuyas, no les podés dar esa ventaja… Si un día hay un concurso para chicos, te anotamos. Pero en este no. Imposible que puedas ganar.

Gustavito les dijo a sus padres que le parecía bien, que iba a esperar. Pero no les hizo caso. Al día siguiente, después de la escuela, escribió en una hoja, como muy buena letra, su poesía más aclamada: «Voy en moto / y reboto / como un peloto». Más abajo, entre paréntesis, puso: Haiku. Para que quedara claro que era un poema corto japonés. Y se sintió lleno de esperanza.

Metió la poesía adentro de un sobre como indicaba el concurso, agregó su nombre, su apellido, su dirección y solamente mintió en una cosa: puso que tenía diecinueve años.

Después Gustavito caminó las tres cuadras que separaban su casa de la redacción de «El censor», el centenario periódico bragadense, y le entregó el sobre a una recepcionista diciendo una frase que había practicado durante el camino:

—Me manda mi hermano más grande a dejar esto para un concurso.

—Llegaste justo —dijo la chica—, el certámen termina esta tarde.

Y era verdad. La recepción de obras había durado un mes. Y el concurso entero era una acción coordinada entre los diarios y la Gobernación de la Provincia que, en guerra contra el comunismo, buscaba focos de rebeldía entre la juventud, y este método había resultado eficaz. Ya habían organizado concursos idénticos en el diario El Orden, de Mercedes; en La Opinión, de Chivilcoy; y en La Hora, de Nueve de Julio. Ahora le tocaba a Bragado. 

El pensamiento del Gobernador (un militar de facto) era sencillo: si un joven era aficionado a la poesía, ya era per sé un pichón de subversivo. Y como en estos concursos se pedía la dirección de la casa de los jóvenes, mataban dos pájaros de un tiro. Menos rastrillaje; menos logística.

Un día después de que Gustavito entregara el sobre, al diario llegaron un brigadier y dos subalternos, representantes del Gobernador. Junto al director del diario abrieron todos los sobres. Se habían recibido cincuenta y nueve poesías, todas de alumnos secundarios de las tres escuelas de Bragado. Los hombres se sentaron a leer en tandas de diez poemas. La recepcionista les traía café y les vaciaba los ceniceros. 

El brigadier estaba al mando. Muy serio, ponía en una pila las poesías de marcado valor nacional. En otra pila, las poesías sospechadas de rebeldía moral y comunismo. Y en una tercera pila las poesías más peligrosas: las que no entendían, aunque las leyeran muchas veces. Esas eran las peores, según el brigadier, porque contenían código secreto para alertar las células terroristas de la provincia.

Al finalizar la lectura, los militares catalogaron tres clases de obras: 32 poemas resultaron inofensivos y con grandes valores morales, 26 poemas resultaron sospechosos y de tendencia filo comunista. 

Y solamente un poema fue tildado de peligrosísimo. Su autor tenía diecinueve años y se llamaba Pertossi Gustavo Daniel, o al menos así decía llamarse, porque bien podía ser un seudónimo de guerra. Su caligrafía, según el brigadier, era la de un afeminado. Las vocales redondas e ingenuas, más parecida a la letra de una mujer o de un niño, lo que le otorgaba aún mayor peligrosidad. 

Nadie tuvo ninguna duda de que ese poema, incomprensible y hasta con una gran falta de ortografía («reboto» con V corta, un error falso para distraer la atención), era sin duda un mensaje cifrado. 

El autor sabía que los poemas iban a ser publicados en el periódico del pueblo, y de esa manera era como los subversivos se enviaban datos, fechas, nombres y órdenes. Era la guerra.

El brigadier y los subalternos estaban emocionados. Volvían a leer el poema de Pertossi Gustavo Daniel  y cada vez encontraban más oscuridad: «Voy en moto / y reboto / como un peloto». Y entre paréntesis: Haiku.

El final, con esa palabra que incluía una letra K, los maravillaba.

La dirección del joven subversivo estaba al dorso del sobre. El brigadier pidió un teléfono, marcó un número y dio la dirección exacta a una cuadrilla. Después dijo: «Que sea esta noche, no más tarde de las 2. Y cuidado, puede ser muy peligroso».

Justo esa noche, un rato antes de que entraran a su casa, Gustavito se durmió pensando que quizás, si ganaba el concurso, iba a dedicarse a la literatura cuando fuera grande.

Hernán Casciari

HERNÁN
CASCIARI