La estrategia del banderín (*)
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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La broma que le hicimos al Colo se llama «la estrategia del banderín» y siempre salía perfecta, yo no sé por qué esta vez salió mal. Es una broma muy simple: solamente es necesario que la víctima viva en un departamento. La broma requiere de dos elementos nada más: un banderín del equipo de la víctima y un petardo.

Esa vez tocamos el timbre de abajo y esperamos. El Colo vivía en el cuarto F. Antes de que nos invite a entrar, le hacemos el regalo: el banderín.

—Mirá lo que te trajimos, Colo.

Él nos agradece y entonces nosotros decimos:

—Ponelo acá afuera para que todo el mundo sepa que sos de Vélez —y colgamos el banderín en el picaporte de afuera del departamento.

Después actuamos como cualquier trío de amigos que cena de noche. Vemos un partido, fumamos un porro. A los postres, Chiri se levanta de la mesa y dice:

—Che, me pegó el bajón.

Y yo digo:

—Salgamos a buscar alfajores. —Y agarro las llaves del departamento. (Esto es muy importante).

Cuando estamos saliendo, Chiri dice:

—Uy, me estoy cagando, yo me quedo. —Y se queda.

Un minuto después, la primera parte del plan está encarrilado. Siempre lo hicimos así, y siempre salió bien. ¿Qué conseguimos hasta ahora? Uno, tenemos al Colo en la calle, escoltado por mí; dos, las llaves del departamento las tengo yo; y tres, conseguimos que Chiri se quede adentro. Todo perfecto.

Mientras el Colo y yo vamos al quiosco, Chiri sale del departamento, descuelga el banderín y, sin cerrar la puerta (porque no tiene llave), sube por la escalera un piso más y cuelga el banderín en el picaporte del quinto F. Después, en silencio, vuelve al cuarto F, apaga las luces y se queda sentado a esperar.

Mientras tanto, el Colo y yo ya estamos volviendo al departamento con los alfajores. Entramos al edificio, subimos por el ascensor. Este es un momento muy importante. Sin que el Colo me vea, yo pulso el botón del quinto piso (¡no del cuarto!), y después le doy charla al Colo para distraerlo. El porro provoca distorsión del tiempo. La gente drogada siempre piensa que los ascensores tardan mucho. Por lo tanto, el Colo llega al quinto con la certeza de que está en el cuarto.

Cuando bajamos, el Colo ve el banderín colgando de la puerta F y cree que esa es su puerta. Entonces nos acercamos y yo, llave en mano, le digo:

—Colo, ¿vos sabés que estas llaves abren las puertas de todos los departamentos?

—No digas boludeces, Gordo —me dice el Colo.

—Vení, vení —le digo—, acompañáme al tercero y vas a ver.

El Colo me sigue escaleras abajo. Esto tiene que ocurrir entre las dos y las tres de la mañana, en medio de un gran silencio. Bajamos. Cuando llegamos al verdadero cuarto piso —el Colo está convencido de que estamos en el tercero—, yo me acerco al departamento F y hago girar la llave en el picaporte. La puerta, obviamente, se abre. Adentro está Chiri a oscuras. El Colo se sorprende y dice:

—¡Boludo! ¡Pudiste abrir el tercero!

Y yo le digo:

—¿Viste?

Chiri, desde adentro, ya está con el petardo en la mano.

—Cerrá, cerrá —me dice el Colo—, que ahí vive gente.

—No —le digo yo—, voy a entrar.

—¡No, boludo, no entres! —me dice el Colo.

Entonces yo hago tres cosas al mismo tiempo: entro al departamento, le tiró las llaves al Colo para que las tenga él, y cierro la puerta. El Colo se queda del lado de afuera. Y empieza a decir muy bajito: «Gordo… Gordo, salí de ahí que es peligroso».

Entonces Chiri se levanta del sofá, pone voz gruesa y dice: «¡Quién anda ahí!».

Prendemos una lámpara, para que el Colo vea luz desde la hendija. Para nosotros, esta parte del chiste es como hacer radioteatro. Fingimos un forcejeo y nos revolcamos un rato por el piso. Y entonces Chiri prende el petardo y lo tira al suelo. El petardo explota y retumba como un tiro. Y yo me tiro contra la puerta, como si me hubieran disparado. Y grito:

—¡Aaaah!

El Colo ahí se desesperó. Nuestro amigo, angustiado, hizo lo que hacen todas las víctimas en este punto de la broma: subió corriendo las escaleras para entrar a la que creía que era su casa. Escuchamos los pasos del Colo por la escalera. Asustadísimo, el Colo puso la llave en el picaporte donde todavía colgaba el banderín de Vélez. Para él, esa era su casa.

Intentó abrir la puerta una vez, dos veces, tres veces. No pudo. El Colo nunca supo que intentaba abrir la puerta de su vecino del quinto, la puerta de Cárdenas. Tampoco supo que Cárdenas estaba del otro lado, muerto de miedo porque ya le habían robado dos veces, con la escopeta de caño recortado apuntándole a la puerta. Cuando escuchamos el disparo nos dimos cuenta de que el Colo, si sobrevivía, nunca nos iba a perdonar.

Hernán Casciari