La guerra para los niños
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A raíz de una espantosa confusión (que involucra un casete de chistes verdes de Jorge Corona colocado en el sitio incorrecto) mi hija de cinco años cree que el vocablo «guerra» es una mala palabra. 

Desde entonces se interesa mucho por el asunto, creyéndolo clandestino. Cuando se siente rebelde, va por la calle gritando caca, culo, guerra, pis, etcétera, y, por supuesto, pone atención a los noticieros cuando enfocan Medio Oriente. Si me pregunta sobre la guerra, yo le explico lo básico: que es una pelea entre pueblos, que se llega a ese punto cuando es inevitable otra solución, que nadie gana, que mueren muchos inocentes, y otro montón de tópicos que se me ocurren en el momento. Es complicadísimo explicarle esas cuestiones a una criatura: preferiría mil veces que se interesara por el sexo o los logaritmos, que son otros dos asuntos de los que entiendo poco. Pero no: mi hija siente curiosidad por la guerra. Esta semana resultó especialmente ardua porque Estados Unidos y Rusia firmaron un tratado de paz en Praga; la noticia apareció en la televisión todo el día y me dejó sin argumentos para mi hija. Ella, como es lógico, me hizo muchas preguntas al respecto. Y no supe responder ninguna con certeza. Le dije que Estados Unidos prometió a varios países peligrosos que, si se deshacen de su armamento nuclear, les ofrece una oferta increíble. La oferta es la siguiente: si un día estos países peligrosos atacan a Estados Unidos con armas convencionales, ellos, Estados Unidos, responderán el ataque con armas convencionales. Entendió poco mi hija. La verdad, yo también. ¿No es la guerra un conflicto en el que, a causa de la ira, vale todo? ¿No es la guerra, en realidad, el síntoma final de la iracundia, de la exasperación y de la necedad? Me resulta extraño que dos potenciales combatientes (dos ideas irreconciliables, dos mundos distintos) se sienten a definir el estatuto futuro de la barbarie. Un presidente le estira una birome a otro presidente y le dice: «Si ustedes eliminan las armas nucleares y después nos atacan con armas químicas, nosotros prometemos responder solamente con ojivas teledirigidas». Y el otro firma el papel, se dan la mano, y sale cada uno para su país, a festejar la firma del nuevo reglamento. Y después los periodistas informan que se ha efectuado un tratado de paz, o una componenda sobre el desarme. ¡Es complicado explicarle eso a una hija pequeña, sobre todo cuando antes se le ha dicho que la guerra es un instante de desenfreno y de calentura! ¿Dónde está la incontinencia, si los protagonistas del conflicto pactan el número límite de ojivas que pueden poner en sus fronteras? ¿Dónde la desesperación, si los actores de la guerra usan frases como «en caso de violarse ese balance en detrimento de un país, este estará en el derecho de abandonar el proceso de desarme»? ¡Parece una tarjeta del TEG, parece que estuvieran jugando! No. No sé explicarle la guerra a mi hija. Pero encontré, esta semana, un modo de explicarle la paz. Ojalá a ustedes les sirva también para sus hijos pequeños. Es así: ‘Paz’, femenino, dícese de los quince minutos de descanso en donde los enemigos ajustan los detalles para el próximo conflicto. 

Hernán Casciari