Tengo todo el álbum lleno menos ésa. La tarántula. A la noche no puedo dormir porque me carcome el deseo arácnido. Nomás me calmo con el ruidito que hago cuando raspo los dientes de arriba contra los de abajo. Pero cuando al final me duermo sueño con la tarántula. Sueño que abro un paquete y que ahí está. Peluda.
En la vida de todos los días cambio mis costumbres. De golpe y porrazo quiero ir a hacer los mandados siempre yo, para quedarme con el vuelto. Olfateo la presencia de la plata, la necesito para comprar figuritas. Mi mamá le dice a mi papá, por ejemplo:
—Roberto, andá acá enfrente y compráme un calditos knor.
—¡Voy yo! —grito— ¡Dejá que voy yo, que papá está ocupado!
Todos están felices con mi nueva personalidad. Empiezo a ser el hijo que habían soñado tener. Cuando no hay nada que comprar en casa, me voy a lo de mi abuela Chola y le toco el timbre con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Querés que te haga los mandados, abuela Chola?
Si me pide un kilo de pan, le compro tres cuartos. Si me pide leche, le compro La Vascongada que es más barata. Me quedo con las monedas; me compro figuritas. Y así muchos días. Pero la tarántula no aparece.
Al tiempo, además, me voy poniendo flaco. Es normal, porque hace más de un mes que no pruebo un sugus, ni un jack, ni una mielcita, ni una gallinita, ni un chicle jirafa. Nada. Todo lo que tengo me lo gasto en figuritas. Compro de a cuatro, de a seis paquetes. El kiosquero Pisoni se está construyendo la pieza de arriba gracias a mí.
A la tarde me encierro y doy vuelta las páginas del álbum. Están todas pegoteadas de plasticola, todos los agujeros llenos, menos uno. Voy pasando las hojas que están completas completas y sonrío triunfal. La mayoría de las figuritas tiene una historia: la cebra me la gané al chupi en el recreo, el ornitorrinco me lo regaló mi primo el de San Isidro, la anguila eléctrica se la afané a Sebastián cuando se durmió. Miro el álbum con orgullo, hasta que llego a la hoja que me avergüenza. La hoja 22, donde hay un hueco que dice: «Nº 64. La tarántula (eurypelma californica)».
Un fin de semana por medio vamos a San Isidro a visitar a mis abuelos ricos. Me gusta ir, me gusta muchísimo ir porque me dan plata. Pero no la plata común que existe en Mercedes. Me dan billetes que acá no hay, como por ejemplo un verde. El año pasado que tomé la comunión, me dieron un rojo, que mi papá no lo había visto nunca. Acá en Mercedes solamente te dan monedas, y si te sacás un sobresaliente con signo te dan un marrón.
Con un marrón te comprás cuatro paquetes. Pero con un verde te comprás veinte paquetes. Es decir, cien figuritas. Mi sueño es tener un rojo y gastármelo de golpe en cuarenta paquetes. Eso es doscientas figuritas. Pienso que si te comprás doscientas figuritas, así de golpe, te tiene que aparecer la tarántula, por lo menos cuatro veces.
Cuando volvemos de San Isidro vengo en el auto apretando un verde que me dio mi abuelo rico. Paramos en la casa de unos amigos que viven en la ruta. El hijo, Sebastián, me dice que el mayor de los Zanotti, que vive al lado, se sacó la tarántula dos veces. Me lo dice con los ojos grandes, porque es lo más importante que le pasó en la vida. No al de Zanotti, a Sebastián.
—¿De verdad se la sacó dos veces?
—Sï. Y con una llenó el álbum y ya tiene la pelota de cuero.
—¿Y con la otra qué hizo?
—A la otra la vende.
—¿Qué pide?
—Pide dos rojos. Pero si sos una chica, pide que le mostrés la concha.
Yo no tengo ni concha ni dos rojos, así que me vuelvo a casa odiando al de Zanotti. Pero pensando que es posible, que la tarántula existe. Que no es un invento para que compres figuritas, como dice mi papá. Ese dato, que alguien de Mercedes se sacó la tarántula, me vuelve mucho más cumpulsivo.
Al otro día respiro hondo y me gasto el verde entero en figuritas. Pisoni, el kiosquero, me quiere a mí más que a la esposa. Incluso me deja ver al trasluz los paquetes antes de comprarlos. Pero no se ve nada. No se ve un carajo al trasluz. Por el camino voy abriendo los paquetes que me compré y voy diciendo en voz baja la tengo, la tengo, la tengo, la tengo, la tengo, la tengo…. Me dejo tres paquetes sin abrir, para después de comer. De esa manera sigo teniendo algo por lo que vivir.
Ceno sin pensar, sin disfrutar, sin levantar los ojos del plato. Me preguntan qué me pasa. No contesto. Antes del postre me voy a la pieza y abro los paquetes que me faltan. La jirafa puta aparece siempre. Estoy harto de ver la jirafa. También sale la boa. Y la figurita que más odio de todas las repetidas es el cienpié, porque cuando la vas sacando de a poquito, cuando vas orejeando para darle suspenso, te da la sensación óptica de que es la tarántula. Entonces el corazón te empieza a latir fuerte, pero enseguida sale entera y es el cienpié. La tengo repetida cuarenta veces al cienpié. Pero de la tarántula, otra vez, no hay noticias.
A la mañana del otro día mi mamá me pregunta qué pienso hacer con la plata que me dio mi abuelo en San Isidro. Me dice «qué te parece si te compramos unas zapatillas en El Revoltoso». Le digo que me parece muy bien, pero que la plata se me acabó.
Mi mamá se pone a llorar. Siempre llora cuando menos te la esperás. También te pega cuando menos te la esperás. Cuando te pega es porque te mandaste una cagada normal. Pero cuando directamente llora, es porque te mandaste una cagada gigante. Me dice que soy un imbécil, empieza a buscar el álbum del Reino Animal para romperlo. Me dice que la tengo recontra podrida.
—¿Cómo te vas a gastar cincuenta mil pesos en figuritas, anormal? —me dice llorando— ¿Vos sabés cuánto gana tu padre?
Cuando mi mamá llora está más o menos tranquila porque se preocupa de llorar y de que no se le vaya la pintura. Pero cuando para de llorar empieza a acordarse de por qué la hiciste llorar, y ahí lo mejor es que te escondás porque no te faja despacio. Te faja a lo loco. A lo loco es cuando te faja repitiendo la misma frase mientras te va pegando:
—¿Vos sabés (zácate) cuánto gana (zácate) tu padre (zácate)? —así te pega Chichita, y va repitiendo el ritmo: sujeto – chancletazo, predicado – sopapo, objeto directo – chancletazo. Y no te queda otra que hacerte un bollo y esperar que se le acabe la bronca, que es más o menos en el estribillo catorce.
Al final me voy a llorar a la pieza. Lloro un poco porque me duele, pero más que nada porque es medio humillante que te pegue una mujer. Yo tengo un par de amigos que les pega el padre, y me parece más sensato. Ellos dicen que no, que yo lo que tengo es suerte, y me muestran las marcas.
En casa mi papá no me pega nunca. Lo que hace es venir a la pieza después de que me pega mi mamá. Viene y trata de explicarme de por qué me fajaron. Lo hace medio en voz baja, porque le da miedo de que mi mamá también lo faje a él:
—Un poco tiene de razón —me dice—. No podés gastarte tanta plata en boludeces.
—No son boludeces, son figuritas —hablar llorando es dificilísimo, porque tenés que estar boca abajo y la almohada mojada te hace como un eco y parece la voz de Carozo, el de Narizota.
—Te podés comprar un paquete, dos paquetes —dice mi papá, que es contador—, lo demás lo tenés que ahorrar. En la libreta de ahorro no tenés nada.
—Me falta una sola —digo llorando—, la tarántula…
—Con más razón. Cuanto menos figuritas te faltan, las posibilidades de que te salga la que querés es menor.
—¡Por eso compro muchos paquetes! —le digo a la mitad de un puchero— ¿Te pensás que soy tarado?
—¿No te das cuenta de que con la plata que te gastaste en figuritas te podrías haber comprado dos pelotas de cuero por semana?
Me doy vuelta. Tengo los ojos en compota. Me lo quedo mirando como si fuera tonto. Él. Como si él fuera tonto. Y ahí me doy cuenta de que mi papá es contador y todo lo que quieras, pero no tiene la menor idea de lo que significa juntar figuritas.
A las dos semanas de la paliza, medio mundo tiene la tarántula en todo Mercedes. Yo también. De golpe la tarántula está en todos los paquetes. Yo me la saqué en uno que compré de casualidad en lo de Pisoni. Llené el álbum a los pedos y lo canjeé por la pelota. A la tarde nos pusimos a jugar con Sebastián a la cabeceada, se nos escapó la pelota a la ruta y la reventó un escania. La pelota hizo un ruido buenísimo cuando explotó.
Al otro día salió el álbum del Reino Vegetal. Ahí la difícil era el helecho. Nombre científico, nephrolepis exaltata.