Si las mujeres, en lugar de vello púbico, tuviesen una mandarina entre las piernas, yo sería ginecólogo o estrella del porno (que es la misma cosa pero con diferente reputación y sueldo).
Si las mandarinas fuesen tubérculos que crecen bajo tierra, yo sería un perro desesperado haciendo agujeros en el jardín de un amo.
Si las mandarinas fuesen canciones maduras que se arrancasen de un pentagrama, mi nariz se llamaría John Lennon y mi boca entreabierta Paul McCartney.
Si las mandarinas fuesen espejos yo sería un narciso romántico, o una modelo top presumida, o la bruja de Blancanieves, o cocainómano.
Puedo encontrar restos fósiles de mandarinas griegas, o egipcias, o romanas, sin necesidad de excavar ni de visitar países. Puedo saber la edad de una mandarina sin mezclarla con carbono catorce. Puedo saber cuántos gajos tiene una mandarina sin abrirla. Puedo saber cuántas pequeñas semillas hay en un gajo sin morderlo. Puedo saber cuántas mandarinas hay en un Mercadona sin pasar por la sección frutería.
Si los venados, en lugar de cuernos, tuviesen mandarinas en la testa, yo sería cazador furtivo o el rey de la selva.
Si las mandarinas fuesen balas en el aire yo podría oler la guerra aún en tiempos de paz, y avisaría a los niños inocentes que se escondan debajo de mi olfato.
Si las mandarinas fuesen drogas, yo sería el mejor de todos los perros de aeropuerto.
Si las mandarinas fuesen especies exóticas en vías de extinción, yo sería una reserva natural.
Si Francisca tuviese el corazón de mandarina, si su corazón fuese al menos un gajo de mandarina madura, aromática, yo podría acercarme a ella y decir las palabras exactas que abrieran su corazón.
Pero Francisca es de carne, y yo soy experto en mandarinas. Solo tengo este talento absurdo que, en días lluviosos como hoy, no me sirve para nada.